Cuando todos daban por ilusa la posibilidad de que Valledupar tuviera un Museo de las Artes, la sorpresa ha sido grata.
Y no porque no tuviera ya unas semillas, unos pasos en el pasado, antes de la pandemia, sino porque no se avizoraba que en esta época irrumpiera con tanta novedad en su tradicional referente: la Casa Castro Monsalvo, en la Plaza Alfonso López, que otrora, hasta finales del siglo XIX, perteneció a la familia Pumarejo.
Su deslumbramiento fue el montaje de una sala arqueológica que ha llamado la atención de los vallenatos, en especial de los niños y jóvenes.
Las más de 100 piezas arqueológicas que reposan son —es bueno informarlo— de propiedad del Estado. La tenencia, guarda y exhibición de piezas se hace con registro ante el Icanh, que es el Instituto Colombiano de Antropología e Historia.
El Icanh se hizo presente en la ciudad abriendo e inaugurando en junio la Sala Arqueológica, en el marco de la III Feria del Libro de Valledupar (Felva), un espacio museográfico del Museo de Artes de Valledupar (MAV). Las piezas y su tenencia (no su propiedad, que es, reiteramos, estatal) están registradas ante esta institución.
El MAV ha iniciado varias actividades en el tiempo. En época prepandemia impulsó la gran exposición Fabularios en la Plaza Alfonso López.
Es muy buena la iniciativa de recuperar esas piezas, pues muchas están en poder de familias vallenatas y de la región; incluso, algunas se encuentran en la propia Casa de la Cultura. Hay que iniciar un proceso de inventario y registro para bien de todos, y para hacer evidente que las comunidades —entre las más ancestrales— requieren saber de su destino. Es bueno que el propio Gobierno, desde Presidencia y el Ministerio de Cultura, haya buscado algunas piezas que reposan en el exterior para que vuelvan al país.
Se ha recibido de algunas personas tenedoras la disposición de entregarlas a un recinto museo que garantice su buen estado y exposición pública. Es una buena noticia.
Para esos recintos se requieren espacios arrendados o propios, en condiciones ambientales y de seguridad apropiadas, y una gran curaduría, atención y horarios al público, además de formación e investigación. Labor que viene desarrollando en los últimos meses con intensidad el MAV. Hace un año, en noviembre, realizó ARTVA, la primera feria de arte de Valledupar. Ya prepara la segunda, en un largo y complejo proceso.
El MAV cerró con gran asistencia septiembre, Mes del Patrimonio, con una exposición de pintura y activos programas de formación a jóvenes y niños, de la mano de arqueólogos, antropólogos y expertos.
Se requieren mayores espacios físicos, pero no se limita a esto, pues las artes deben inundar la ciudad y sus calles. Está, como corresponde, en una estrategia de hallar posibles patrocinadores: a los que les gusta el arte, lo sienten como orgullo y ven también en él una gran oportunidad de inversión. También aliados, que ya los ha encontrado en otras instituciones sociales y culturales, universidades y colegios, pero no es suficiente.
El MAV tiene su página en Instagram, y cualquier contacto se podrá desarrollar por esa vía. Quienes quieran participar también en su orientación, favor comunicarse allí.
El curador y artista Jorge Serrano describió así la contribución de la exposición ancestral de pintura en el MAV:
“Se puede apreciar el arte como cuerpo vivo, que se alimenta de múltiples saberes. Entre ellos, la arqueología del arte se convierte en un gesto que escucha en un conjunto de piezas del pasado, no para estar encerradas en vitrinas, sino para abrirlas como ventanas hacia las creencias, los rituales y las técnicas que moldearon a civilizaciones enteras (…). Cada cerámica, cada pigmento sobre la roca, cada escultura fragmentada por el tiempo, es testimonio de una sensibilidad que aún respira; cada gesto revelado en las piezas nos permite entrever los latidos de culturas que, aunque silenciadas, siguen hablando”.











