En esta tierra Macondiana, hoy lloramos la partida de un lucero que iluminó Valledupar con su valentía y su amor. María Elena Castro Palmera, matriarca de sueños, emprendedora incansable, ha cruzado el umbral hacia el cielo, dejando un legado que resuena como un acordeón en el corazón de nuestra ciudad. Su vida, una obra tejida con hilos de esfuerzo, generosidad y fe, nos enseña que los amores verdaderos no mueren, sino que se transforman en eternidad.
Sentipensar, como me dicta el alma, es dejar que el corazón y la mente se encuentren en el dolor y la gratitud. Desde Valledupar, donde los ríos cantan y las memorias pesan, evoco a María Elena, esa mujer que en 1957 rompió los moldes del tiempo al fundar ZAS, la primera supertienda de abastos de nuestra ciudad. Con visión de arquitecta del progreso, transformó el comercio, jalonó la economía y dio vida al concepto de empleabilidad en una época de tiendecitas humildes. Su negocio no era solo un lugar de víveres; era un refugio donde los precios justos aliviaban la canasta familiar, donde los empleados eran familia, y donde la creatividad, como los injertos que ofrecía, florecía para deleite de vallenatos y forasteros.
María Elena no solo construyó un mercado; edificó cimientos de humanidad. Cuidó la salud de sus trabajadores, clasificó las basuras cuando pocos lo hacían, y con su tienda Sicarare, su mueblería El Escaño, su distribución de insumos agrícolas y hasta su venta de vehículos Mazda, demostró que el emprendimiento es un canto del alma que no conoce límites. A sus 60 años, viuda, no se detuvo; siguió tejiendo sueños, como una juglar que nunca guarda su acordeón. Su legado comercial, sin embargo, palidece ante su corazón: fundadora de las Damas Rosadas y la Liga Antituberculosa, llevó posada a los enfermos, vacunas a los pueblos, y apoyo al hospital Rosario Pumarejo en tiempos de crisis. Sus ganancias no eran para ella sola; eran para los necesitados, para sus hijos, para Valledupar.
Como pianista en su juventud, heredera de su madre Dominga Palmera Baquero Cotes, María Elena tocó las teclas de la vida con exquisitez. Casada con Clemente Quintero Araújo, el Catón vallenato, fue la diplomática que apaciguó fogosidades políticas con su prudencia, mientras lideraba el voto femenino en 1958, abriendo caminos para las mujeres de nuestra tierra. Su vientre bendito dio frutos luminosos: Jorge Eliecer, Hernando, María Clara —primera alcaldesa de Valledupar en el siglo XX—, Clemente Arturo y Juan Carlos, todos pilares de nuestra sociedad.
Hoy, su partida nos duele, pero su luz no se apaga. María Elena, descendiente de María de la Concepción Loperena Ustáriz, lleva en su sangre la fuerza de los que luchan por la libertad y la justicia. Su dolor por no haber sido profesional, vetada por ser la hija mayor, no la detuvo; convirtió esa nostalgia en acción, en obras que son amores. 100 años cumpliría este diciembre, el cielo la llamó, pero su legado queda en cada calle de Valledupar, en cada nota de nuestro vallenato, en cada semilla de emprendimiento que sembró, en cada fruto de su vientre.
Desde esta plaza que nos abraza, donde el palo de mango guarda memorias, digo: gracias, María Elena, regalo del cielo en la tierra. Tu vida fue un vallenato hecho notas de piano que no termina, un canto que seguirá resonando en los corazones de quienes creemos que las obras, cuando se tejen con amor, son eternas. Ese torrencial aguacero deja claro que tu nombre ha llegado al infinito, y que los ángeles, hoy, estan de fiesta tocando esa preciosa sinfonía única y majestuosa en tu honor, la Sinfonía de María Elena.
Un abrazo a tu Alma y en especial a todos tus seres amados, aquellos en quienes quedan repartidos preciosos pedacitos de ti.
Con Respeto y Amor.
Por: Yarime Lobo Baute.












