COLUMNISTA

Las mónadas de Leibniz, la física cuántica y la espiritualidad (3)

Última columna de esta serie. ¿Podría la espiritualidad reposar sobre un fundamento científico? Me pregunto si la espiritualidad de la protagonista principal de la novela del prolífico escritor Jorge Juan Bendeck Olivella fue la misma que la de mi viejo e inolvidable director espiritual, don Raymundo Paniker —o Raimon Panikkar—, y si, por tanto, la espiritualidad podría ser una sola, sin separación entre la oriental y la occidental, sino una mismidad que las contiene.

Las mónadas de Leibniz, la física cuántica y la espiritualidad (3)

Las mónadas de Leibniz, la física cuántica y la espiritualidad (3)

Por: Rodrigo

@el_pilon

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Última columna de esta serie. ¿Podría la espiritualidad reposar sobre un fundamento científico? Me pregunto si la espiritualidad de la protagonista principal de la novela del prolífico escritor Jorge Juan Bendeck Olivella fue la misma que la de mi viejo e inolvidable director espiritual, don Raymundo Paniker —o Raimon Panikkar—, y si, por tanto, la espiritualidad podría ser una sola, sin separación entre la oriental y la occidental, sino una mismidad que las contiene.

Trasladándome de nuevo a los perfiles de la mecánica cuántica, y en concreto a la dualidad onda–partícula, cabe mencionar a tres científicos representativos de cada siglo: Nikola Tesla (siglo XIX), Albert Einstein (siglo XX) y Stephen Hawking (siglo XXI). En sus conversaciones y documentos privados, llegaron a pensar que la información de la consciencia que suponen guardan las ondas y las partículas podría subsistir después de la muerte física. Esto se vincularía con la idea de una inmortalidad del alma. Que la información de la consciencia puede persistir después de la muerte física es un tema controvertido entre la física y la filosofía, sin que en la actualidad haya una comprobación precisa, sino probabilidades serias, como las experiencias de comunicaciones profundas entre personas, una de ellas cercana a la muerte, independientemente de cualesquiera distancias entre sí.

En esta línea, podría afirmarse que vivimos eternamente: la muerte sería solo un tránsito de un estado de vida a otro, o una continuación de la vida. Nada estaría realmente separado en el Universo; no habría un ayer ni un mañana en el sentido estricto. Así, la distinción entre espiritualidad oriental y occidental podría reducirse a matices de origen, no a principios opuestos. La causa de ambas podría ser la misma: la contemplación espiritual, o, desde la óptica cuántica, la información contenida en la dualidad onda–partícula. ¿Qué tipo de información o memoria contendría esa dualidad? Tal vez una información ética, ya que lo inadecuado tiende a desvanecerse mediante una suerte de selección natural.

Una anécdota. Cuando algunos residentes salíamos de paseo con don Raymundo los fines de semana para descansar en villas históricas situadas en las colinas alrededor de Roma, él celebraba la misa revestido con los ornamentos del día, pero a pie descalzo. Al preguntarle por qué, él respondía con una sonrisa, señal de su paciencia y de su comprensión de nuestra ignorancia espiritual. Pasaron los años y hoy, entiendo mejor su lenguaje espiritual–cuántico. Él y yo mantenemos una amistad bondadosa, comunicándonos, como quedó explicado, a través de esa constante cooperación entre ciencia y espiritualidad. El contenido noble de dicha información puede permanecer eternamente.

Por último, ¿podríamos establecer una equivalencia entre espiritualidad–contemplación y diálogo onda–partícula? Tal vez sí, si concebimos el Universo como una sustancia cósmica consciente, una totalidad unificada que se piensa así mismo: ¿Dios? Un Dios religioso, los dioses mitológicos, el motor inmóvil de Aristóteles,  la  idea Forma del Bien de Platón, el Uno del filósofo Plotino,  el Dios sive Natura del filósofo Baruch Spinoza (1632–1677)? ¿Podría la realidad ser, en última instancia, una experiencia de lo divino que trasciende las categorías religiosas cuando se examina desde la física cuántica y la metafísica? Quizá sí, desde la perspectiva que nada en la naturaleza está separado, y en este sentido, todo lo existente es unidad cósmica. 

La unidad entre espiritualidad oriental y occidental puede abordarse desde la idea de una ética universal, y la figura de Panikkar ofrece un puente entre tradiciones: diálogo y sabiduría que intenta reconciliar lo plural en lo único. Su perspectiva puede servir de modelo para explorar la compatibilidad entre ciencia y espiritualidad sin forzar una identidad absoluta.

Por: Rodrigo López Barros.

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