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Está bien tener miedo 

Se nos ha hecho pensar que los cristianos no deben tener miedo, porque la Biblia ordena no temer. Por eso, cuando nos permitimos tener miedo, sentimos estar violando un mandamiento divino. 

Valerio Mejia Columnista

Valerio Mejia Columnista

Por: Valerio

@el_pilon

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“Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado”. Salmos 27,3

Se nos ha hecho pensar que los cristianos no deben tener miedo, porque la Biblia ordena no temer. Por eso, cuando nos permitimos tener miedo, sentimos estar violando un mandamiento divino. 

Pero, descubro que muchos hombres y mujeres de la Biblia, experimentaron miedo. Moisés, es un buen ejemplo: el día que mató al egipcio, se asustó tanto que huyó para salvar su vida y no volvió por cuarenta años. Cuando Dios lo llamó en medio de la zarza ardiente, se aterrorizó. Cuando Dios lo comisionó para ir a hablar con faraón, sacó excusas porque tenía miedo de la gente. Incluso, como líder de su pueblo siguió sintiendo miedo, a tal punto que, en el mismo cruce del mar Rojo, cuando clamó a Dios pidiendo ayuda, Dios tuvo que decirle que dejara de gritar, que siguiera adelante y guiara al pueblo: ¿Por qué clamas a mí? ¡Dile al pueblo que marche!  

Jeremías, también conoció el miedo. En una época en que el pueblo solamente escuchaba a los ancianos, le atemorizaba que la gente no escuchara su mensaje por ser tan joven. Dios tuvo que decirle: “No le temas a nadie”. José, el padre terrenal de Jesús, también tuvo miedo cuando enfrentó la difícil situación de que María estaba embarazada sin haber consumado el matrimonio. El sacerdote Zacarías, padre de Juan Bautista, tuvo miedo de no poder tener un hijo. El mismo Juan, discípulo amado, cayó a los pies de Jesús glorificado, hasta que él poniendo su mano derecha, le dijo: “No tengas miedo”.  

¿Por qué se repite tantas veces en la biblia, las palabras “No temas”? No solo porque los profetas, sacerdotes, apóstoles y discípulos a menudo tenían miedo; sino porque es una experiencia común a todas las personas; también hoy. Claramente, nos cuesta admitirlo porque pensamos que no está bien tener miedo. Entonces, hacemos todo lo posible para no tener miedo, o por lo menos, no mostrarlo a pesar de que estemos asustados. Cuando Dios dice: “No tengas miedo” está alentando, no reprendiendo ni reprochando; en realidad, está diciéndonos: “Comprendo lo que están pasando. Sé que tienen miedo, pero no se angustien, yo estoy aquí”.

Amados amigos: Tener miedo no es en sí mismo una señal de poca fe. Es abrirnos a la ayuda de Dios y de otros. Es mostrarnos vulnerables ante las circunstancias, pero confiados en la roca firme de los siglos. Al negar nuestros miedos, le cerramos la puerta a la ayuda y nos desconectamos de la realidad de ser parte del universo y nos alejamos del creador. Por supuesto que tampoco debemos andar temerosos y ansiosos por todo; porque no debemos estar afanosos; pero, sí es importante que reconozcamos ante el Señor, nuestro sentimiento de temor. Admitir que hay cosas que nos desbordan y son más grandes que nosotros, situaciones que están fuera de nuestro control, y que nos producen miedo. 

Presentemos nuestra situación al Señor. Dios nos conoce tal y como somos, y comprende cada enredo en el cual estamos metidos; pero, está dispuesto a acompañarnos en cualquier situación por terrible que esta sea. David, el valiente vencedor de gigantes, lo reconoció en el Salmo 23: “Aunque ande en valle de sombras y de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”. 

No le temas a tener miedo: adelante, pues, sin temor; porque Dios es amor… ¡Te abrazo en Cristo! 

POR: VALERIO MEJÍA.

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