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En memoria de los moradores del sector central de Valledupar (última parte)

Reencuentro con este tema, aplazado porque se interpuso la exitosa reciente Feria del Libro de Valledupar. Para la próxima, recomiendo invitar a coterráneos nuestros, jóvenes profesionales destacados con experiencias de trabajo en el exterior, como estímulo general, y a duchos dirigentes. He echado de menos a los meritorios Amylkar Acosta Medina y a Edgardo Maya Villazón, por ejemplo.

En memoria de los moradores del sector central de Valledupar (última parte)

En memoria de los moradores del sector central de Valledupar (última parte)

Por: Rodrigo

@el_pilon

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Reencuentro con este tema, aplazado porque se interpuso la exitosa reciente Feria del Libro de Valledupar. Para la próxima, recomiendo invitar a coterráneos nuestros, jóvenes profesionales destacados con experiencias de trabajo en el exterior, como estímulo general, y a duchos dirigentes. He echado de menos a los meritorios Amylkar Acosta Medina y a Edgardo Maya Villazón, por ejemplo.

En el Callejón, detrás del Hotel Sicarare, calle 16, la última casa de don Miguel Enrique Villazón Baquero y su señora, Emelina Quintero Araújo; en la acera del frente, haciendo esquina sureste con la carrera 10, la de don José Ignacio Maya y su señora, Justa Escalona Martínez; a su frente, carrera 10 en medio, la de don José Guillermo “Pepe” Castro Castro y su señora, Rosalía Daza; calle 16 con carrera 11, en medio, la de don Carlos Vidal y su señora, Rosa Romero; más adelante, frente al colegio Nacional Loperena, la de don Jorge Dangond Daza y su señora, Elisa Castro Palmera; al lado de esta, en la carrera 11A, la última casa del doctor Juan Pavajeau Molina y su señora, Joselina Castro Palmera; misma acera, calle 15 en medio, la del doctor Guillermo Castro Castro y su señora, Adelaida Arias; sigue la última casa del doctor Crispín Villazón de Armas y su señora, Clara Aponte López; regresando a la calle 16 con carrera 11A, en medio, haciendo esquina, la habitada por Rosa Dolores Murgas y el doctor José Antonio Murgas Aponte; frente al Colegio Nacional Loperena, la de don Manuel Germán Cuello Gutiérrez y su señora, Rosa Dávila; más adelante, haciendo esquina con la carrera 12, la de don Lucas Gutiérrez Acosta y su señora, María Cecilia Gutiérrez; a su frente, próxima a la esquina de la misma carrera, hoy día oficinas de Arrendaventas, la de doña Ruperta Armenta, madre de don Martín Barros Armenta; cruzando en diagonal hacia la acera de enfrente, la casa anterior del doctor Juan Pavajeau Molina y su señora, Joselina Castro Palmera; luego, la del doctor Clemente Quintero Araújo y su señora, María Elena Castro Palmera, lugar donde actualmente están las oficinas de Davivienda.

En el lugar que hoy ocupa el grupo de banderas de la Gobernación del Cesar, se encontraba la construcción del Hotel de Turismo de Valledupar, donde hace 60 años, mi señora Joselina y yo iniciamos nuestra luna de miel.

Más o menos hasta allí se extendía el viejo pueblo de Valledupar organizado, limitado por mí en este escrito a la Plaza Mayor y a las dos calles principales mencionadas; habitadas en el pasado por familias cuyos progenitores fueron poseedores de edificantes virtudes humanas que, infortunadamente, se han venido perdiendo. Ya no viven entre nosotros y fueron los próceres de aquella sociedad, cuyos ejemplos no deberíamos olvidar. Al lado del desarrollo material de Valledupar, capital de un epicentro regional cada vez más progresivo, le hace falta con urgencia los elementos culturales que la potencien en la línea de una vida intelectual más plena y completa, más allá de la cultura meramente folclórica que la caracteriza.

Sueño con la mejor utilización de la magnífica área del Parque de la Leyenda Vallenata, para que allí se edifiquen unos teatros, equipados según su destino, para la representación de obras clásicas y modernas, recitales, comedias, dramas, tragedias, conciertos musicales. De tal manera que, sumando a nuestra consabida cultura folclórica clásica, podamos complementarnos espiritualmente. Otras manifestaciones culturales, verbigracia, pinacotecas, academias de artes, por qué no, talleres filosóficos, museos, artesanías, podrían implementarse allí. En fin, una ciudadela cultural para el disfrute de los habitantes de Valledupar y de los de la región, conformada por las antiguas provincias de Valledupar y Padilla. Suelo usar en mis escritos esta figura geográfica porque me parece más auténtica que la de nuestros departamentos hermanos, La Guajira y el Cesar.

Los referidos empeños bien podrían ser llevados adelante, quizá mancomunadamente, por los gobiernos del municipio y del departamento, y el sector privado que se interese en ello. Es cuestión de gestionar apropiadamente.

Debo reconocer los esfuerzos realizados hasta ahora por los gobiernos de las mencionadas entidades, especialmente la departamental, como son las diferentes canchas deportivas y los magníficos parques, destacando el Parque de la Vida y el complejo llamado Centro Cultural y de Convenciones de la Música Vallenata, “El Palo de Mango”, cuya inauguración estamos aguardando. Ojalá se arborice aún más la ciudad. Promover creaciones empresariales.

Por su esmerada consagración a nuestra cultura folclórica —y clásica, que mucho nos hace falta—, la exministra de Cultura y mártir Consuelo Araújo Noguera es inolvidable.

Por: Rodrigo López Barros

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