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Desarmar la palabra, la mente y el corazón

A través de los medios, locales y nacionales, podemos evidenciar un país, nuestro país, lleno de odio, de desarraigo, de injusticias y plagado de corrupción.

Desarmar la palabra, la mente y el corazón

Desarmar la palabra, la mente y el corazón

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A través de los medios, locales y nacionales, podemos evidenciar un país, nuestro país, lleno de odio, de desarraigo, de injusticias y plagado de corrupción.

Nos propusimos ser un país en donde la violencia se catapulta a lugares de privilegio. En donde la malicia indígena se toma como un elemento en el que hacerle mal al otro es prueba de nuestra capacidad absoluta de picardía y proeza. Lo logramos, y con creces.

Creer, por ejemplo, que un atentado en el que un hombre, hablando en plaza pública, expone su vida con el único propósito de ganar seguidores y alcanzar la candidatura de un partido para ser presidente es puro teatro, y no contento con eso, expresar que ‘lo malo es que quedó vivo’, eso es cruel.

Y el mensaje ha calado de tal manera que todo se evidencia como un vil montaje, así lo creen y se convierten en unos duros para escribir un guion y ganar un ‘Óscar’ a mejor trama y película de ficción.

Un hombre se debate entre la vida y la muerte y lo único que se les ocurre decir es que es un montaje para ganar la presidencia. Eso es de seres infames. ¡Qué despropósito tan grande, por Dios!

Esto nos demuestra que estamos viviendo en nuestra sociedad como en Sodoma y Gomorra, aquellas ciudades bíblicas que fueron destruidas por sus condiciones de corrupción, inmoralidad y extrema peligrosidad.

“La expresión también se utiliza para describir situaciones sociales o políticas caracterizadas por la corrupción, la inmoralidad y la falta de valores”.

Solo falta que Dios tome acciones y, al final, terminemos destruidos. No es descabellado pensar que se repetirá la historia. La maldad y esa destrucción entre hermanos debe acabar un día.

La invitación a desarmar la palabra, la mente y el corazón es un propósito de vida, en donde la violencia no tiene cabida, en donde el respeto por la diferencia es el mejor ingrediente en un plato de amor y paz, y en donde todos participemos de manera altruista. 

La vida se debe respetar; el campesino merece consideración y su tierra, para concebir amor natural; la mujer no se maltrata, ni siquiera con el pensamiento; el arte debe ser considerado prioridad, igual que el deporte, con prácticas sustanciales de buenos principios, paz y armonía.

Al anciano hay que valorarlo, no desecharlo; las guerras fratricidas por demostrar superioridad y poderío no deben existir en las naciones poderosas ni pobres. No a líderes prepotentes que con su ego incitan a la diferencia y a la desigualdad entre sus coterráneos y entre naciones. Grave error de liderazgo, que lejos de unir, antepone las diferencias como algo normal.

Desarmar la palabra es sentir amor por el prójimo y expresarlo a través de la poesía, del canto, de la pintura, del teatro; desarmar la mente es cultivar estos elementos y pensar en el bien, ser altruistas y demostrarlo con hechos; desarmar el corazón es brindar amor, cuidar los animales y respetar al de menos y al de más, ser justos, actuar con dignidad.

“La palabra es la herramienta que utilizamos para expresar pensamientos, sentimientos y deseos. A través del lenguaje, construimos significado y nos conectamos con otros.”

Endulcemos las palabras, demos amor en vez de rencor, cultivemos la benevolencia en vez de la mezquindad. Los discursos de odio anteceden a los crímenes de odio. Prudencia. Sólo eso.

Por: Eduardo Santos Ortega Vergara.

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