Apartándonos un poco de los visibles y descarados casos de corrupción, si se hiciera un análisis con cabeza fría de algunos gobiernos actuales en América y en el mundo, de países con ideas políticas y sociales extremas en sus supuestos líderes, se calificarían como casos especiales de demencia, megalomanía o tal vez de drogadicción, que son las críticas que por redes sociales y otros medios, las mentes cuerdas desilusionadas de todos los partidos políticos y de la mayoría de las clases sociales, se hacen cada día.
Valdría la pena de un raciocinio equilibrado de tales opiniones por los cuales dichos gobiernos han sido objeto de intensas críticas y debates, donde la mayoría de sus opositores y aliados iniciales, han llegado a describirlos con términos como “demencia”, “megalomanía” o, incluso, han insinuado problemas de drogadicción que, para analizar de manera correcta, es mejor apartarnos de la retórica extrema y centrarnos en los hechos y patrones de comportamiento que los han caracterizado.
La demencia es un trastorno neurodegenerativo que implica un deterioro progresivo del conocimiento, afectando la memoria, el juicio y por lo tanto la capacidad de tomar decisiones. Si bien han mostrado un estilo de comunicación errático con discursos caóticos, creo que esto no equivale a demencia clínica. Sus detractores argumentan que dichos gobiernos han tomado decisiones contradictorias, lo que puede interpretarse como desorganización, pero no necesariamente como una condición médica de demencia. La demencia cuando ataca siempre olvida partes de su pasado. Algunos se sienten orgullosos de su pasado y lo recuerdan como ayer. Pero los pasos obsesivos repetitivos conducen a la locura.
La megalomanía, o trastorno narcisista con delirio de grandeza permanente, se manifiesta en una obsesión por el poder y una visión exagerada de su propia importancia. Algunos tienen una fuerte visión de sí mismos como líderes históricos, convencidos de que su gobierno representa un cambio inédito en el respectivo país. Se comparan con figuras como Bolívar, Sucre, incluso Jesucristo, o con grandes héroes de la humanidad, lo que ha llevado a analistas a ver rasgos de grandiosidad en su personalidad o en su delirio. Además, han mostrado un estilo de liderazgo que no tolera la crítica y que descalifican y amenazan constantemente a quienes los cuestionan, lo que podría interpretarse como un rasgo megalomaníaco. Jugar a ser Dios no es nada conveniente para un hombre público.
Uno de los ataques más polémicos contra otros, es la insinuación de que el comportamiento erróneo y sus pasados como consumidores de sustancias psicoactivas indican un problema de drogadicción. No hay pruebas concretas que demuestren que actualmente así lo sean, pero me queda la duda. La duda es una vacilación de la personalidad cuando se busca la luz en la determinación de un criterio que demanda de la práctica sana de la justicia. El aparente agotamiento y la tendencia a dar discursos incoherentes podrían explicarse también por otros factores, como problemas de salud, estrés extremo o simplemente un estilo de comunicación desordenado. Consumir drogas hace al hombre débil, mediocre y ridículo, manifestaciones estas que los identifican últimamente por sus actuaciones a través de retóricas incoherentes. No sé, “si la cocaína será más mala que el whisky”, solo sé que ambos son dañinos y producen trastornos mentales.
Más allá de las etiquetas psicológicas que he podido consultar y exponer aquí, estos gobiernos, se han caracterizado por: desorden administrativo con renuncias constantes de ministros y altos funcionarios; improvisación en políticas públicas: reformas que no logran avanzar en el Congreso por falta de consenso, y los muy pocos que avanzan es por las posiciones venales logradas; polarización extrema, con un discurso repleto de odio que constantemente enfrenta a “el pueblo” contra “las élites”; obsesión con la historia personal, ya que se insiste en que su pasado, como algunos que jugaron a la guerrilla, los convierte en líderes especiales que deben ser venerados.
En conclusión, más que una cuestión de enfermedad mental o adicciones, en estos gobiernos se reflejan liderazgos con tendencia al desastre a través de personajes siniestros amarrados al ego de su propio estilo, y con una visión mesiánica que les impide construir consensos efectivos. Esto, más que cualquier diagnóstico médico, explica la crisis de gobiernos que, como pésimos, están creando reacciones negativas sobre sus personalidades y en el manejo de un rumbo sin sentido de la realidad para los pueblos liderados, que si éstos no los llevan a la renuncia inmediata, pronto sus destinos finales podrían quedar en las manos de unos seres humanos, que bajo la inopia mental y emocional, van a dejar a sus países en un estado tal, que tardarán de muchos años para la recuperación política, económica y social de una miseria absoluta.
Por: Fausto Cotes N.











