Son muchas las veces en las que no sabemos cómo salir de una situación. Pasamos por dificultades que no sabemos cómo sobrellevar, sentimos que todo el mundo lucha en contra de nosotros y estamos solos en la batalla. Es justamente ahí, cuando todo se ha perdido, donde Dios muestra su poder.
En ocasiones, no sabemos qué hacer, cegados por el dolor, sintiendo que no podemos soportarlo, combatimos con ese constante sufrimiento; es ahí, cuando Dios se complace en venir y actuar. ¿No sabes qué hacer? ¿Tienes metas inconclusas? ¿Lo que empiezas lo dejas sin terminar? Si esta es la situación, no tengas temor, porque es precisamente ahí, cuando podemos usar los recursos admirables de aquel que nunca abandona. Es justamente ahí, cuando hemos agotado todos nuestros recursos y nos encontramos en situaciones en las que no sabemos qué hacer, cuando podemos probar al Dios Omnipotente.
El actuar de Dios se manifiesta cuando renunciamos a mantener entre nuestras manos cualquier carga que nos atormenta y las depositamos en las suyas. Frecuentemente, estamos en peligro de aplazar nuestra esperanza de que Dios acepte nuestra confianza y que actúe interviniendo en la situación. Pero, en vez de dudar, debemos fortalecer la confianza para encomendar nuestros caminos al Señor y permitirle que él se glorifique en nuestra realidad.
La confianza que depositemos en Dios lo habilita para hacer lo que hemos encomendado y que está fuera de nuestro alcance. Nos proporciona mucho alivio saber que él está actuando en medio de nuestras dificultades. Pueden darse situaciones en las que pensamos que, no hay ningún resultado o se demora demasiado; pero, él siempre actúa. Si hemos encomendado nuestras vidas al Señor, él lo hará. Él no es hombre para mentir ni hijo de hombre para arrepentirse. Si dijo lo hará y si prometió lo cumplirá. El Señor cumplirá los compromisos de su pacto. Cualquier cosa que Dios toma en sus manos la cumple. Las misericordias pasadas son garantía para el futuro y razones suficientes para que continuemos pidiendo y confiando en él.
Amigos queridos: todas aquellas cosas que nos preocupan, con el trabajo, con ese asunto que no puedo arreglar, con ese negocio que no resulta, con esas relaciones que se enfriaron, debemos ponerlas en las manos de Dios y confiar que, si clamamos, él nos favorece. Tengamos la certeza que él actuará por amor. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.
Así las cosas, agarrémonos del Señor. Jacob, el patriarca, ganó la bendición no luchando, sino quedando fuertemente agarrado del Señor. Su muslo estaba descoyuntado y el dolor le impedía seguir luchando, pero no permitió que su adversario se marchara. Ante la imposibilidad de forcejear, se abrazó al cuello de su misterioso antagonista y colgó en él todo el peso de su impotencia, hasta que al final, venció. En nuestras oraciones, no dejemos de confiar y encomendar a Dios nuestro destino. Abracémonos al cuello de nuestro Padre Celestial para obtener la victoria.
Ora conmigo: “Querido Dios, te encomiendo mi vida y mis planes, confiando en que tú actuarás. Gracias”.
Fuerte abrazo y respuestas placenteras.
Por: Valerio Mejía.












