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Y Jesús lloró

El bochorno de aquella tarde presagiaba malas noticias. Detrás de las montañas el sol agonizaba y, en sus últimos suspiros, lanzaba a las nubes un arrebol como beso. El mensajero llegó, la agitación se notaba en su rostro y en la velocidad de su respiración. “Traigo un mensaje para el Maestro”, dijo. “Lázaro, tu amigo, […]

Y Jesús lloró

Y Jesús lloró

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El bochorno de aquella tarde presagiaba malas noticias. Detrás de las montañas el sol agonizaba y, en sus últimos suspiros, lanzaba a las nubes un arrebol como beso. El mensajero llegó, la agitación se notaba en su rostro y en la velocidad de su respiración. “Traigo un mensaje para el Maestro”, dijo. “Lázaro, tu amigo, está muriendo…” Por la mente de los discípulos pasaron en un instante las más variadas imágenes: animadas charlas y comidas en Betania, la hospitalidad de Lázaro y sus hermanas… ¡Ah, sus hermanas! Martha y María se desvivían por atender a Jesús y a los suyos y hacían cualquier cosa para hacer más confortable la estancia del Maestro cuando se encontraba en Betania. Jesús, sin embargo, contrario a lo que todos creían, no se movió y decidió permanecer allí unos días más.

Era extraño que el Maestro no se pusiera de inmediato en camino para ver a su amigo. Quien abrió los ojos al ciego e hizo andar al paralítico seguramente habría podido sanar a Lázaro con solo tocarlo y librarle de los dolores de su enfermedad. Aunque tal vez ya lo habría sanado desde la distancia. Tantos prodigios y acciones maravillosas habían relacionado a los discípulos con un nuevo tipo de lógica que no entendían, pero de la que cada vez se admiraban más. Por eso resultó muy extraño el anuncio que dos días después recibieron por boca del mismo Jesús: “Lázaro ha muerto… y me alegro por ustedes de no haber estado allí…” ¿Qué tipo de anuncio es este? ¿Cómo es posible tomar la muerte de un amigo con un mero carácter instrumental?

El camino hacia Betania se hizo largo, durante él nadie osó pronunciar palabra alguna, aunque todos llevaban en sus mentes un torrente de preguntas por hacer. La mirada de Jesús estaba como perdida en el horizonte y se reflejaba en sus ojos una profunda tristeza. Al entrar en Betania los reclamos no se hicieron esperar: ¿Por qué no viniste antes? ¿Dónde estabas? “Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano…” Las preguntas que la dolorida hermana lanza a Jesús son las mismas que nos hemos hecho nosotros en momentos difíciles: ¿Dónde está Dios cuando más lo necesito? Cuando fracaso, cuando siento que la vida se me cae a pedazos, cuando sufro, cuando muere un ser querido, cuando me visita la enfermedad, ¿dónde está Dios?

Podremos encontrar respuesta a todas estas preguntas si continuamos leyendo este relato y en el versículo más corto de todo el Nuevo Testamento descubrimos la humanidad del Hijo de Dios: “Y Jesús lloró”. Las lágrimas del Maestro por su amigo difunto y por el dolor de los familiares, así como la tristeza que le embarga dejan sin argumentos a quienes le consideran una especie de actor a quien nada le afecta y también a quienes se quejan del abandono de Dios. ¿Dónde está Dios cuando yo sufro? Sufriendo a mi lado, aunque en la mayoría de los casos el dolor me impida oír sus sollozos, y mis propias lágrimas me impidan ver las que corren por sus mejillas.

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