“Todo libro que uno escribe es una especie de mensaje en una botella, y no es posible saber quién lo recibirá, ni dónde o cuándo, ni qué reacción provocará”. Esta reflexión del escritor Rob Riemen (Países Bajos, 1962), también la he experimentado con mis libros; por ejemplo, ahora me sorprende la reacción de Donaldo Mendoza (Codazzi, 1953), licenciado en Literatura y magíster en Filosofía, docente pensionado en el INEM Francisco José de Caldas de Popayán, quien al leer mi reciente libro, escribe esta reseña:
“Caligrafía del tiempo, así ha llamado José Atuesta Mindiola su último poemario, de reciente publicación; una pulcrísima edición de Gráficas del Comercio de Valledupar, pulcra en la forma y el contenido. Ochenta y una páginas, para que en el lapso de una hora se pueda cerrar el libro, si el lector ha buscado lugar fresco y cómodo sillón para leer. Hay en el prólogo una mano maestra: la escritora Mary Daza Orozco, que contextualiza en prosa casi lírica la ya extensa obra poética del escritor de Mariangola. En la contraportada, el joven Luis Alfredo Aarón Leonis da testimonio de sensibilidad poética en una breve glosa. Y en la portada, con trazos expresionistas, el pintor José Luis Molina revela su talento de artista en dos campanas amarillas de cañaguate.
El autor ha dividido el poemario en dos partes: 1) Latidos del tiempo, que da elementos para el título; 2) Triadas de caligrafía, que aparte de ser garante de la unidad temática, es también, con mayor intención, un muestrario de la sapiencia poética del autor. En estructuras de tres versos, el poeta juega con destellos estéticos del aforismo y el haiku.
Aunque breve el poemario, lo fácil está ausente, como reza el poema inicial, ‘Intermedio’: La memoria/ difícil página en blanco.
No obstante, con la capacidad de hacer aparecer lo invisible, el poeta se hace vidente, y en el canto fluye la poesía. No sabe para qué, pero este artista intuye que la poesía es indispensable. De ello dan fe las voces que emanan del canto lírico. La poesía es vida, y de la vida nos habla esta obra: habla del tiempo, del jardín, de la música, del caminante…
“El tiempo no cicatriza en la voz de mi madre”, evoca el poeta, que borra toda ausencia con la memoria. Tampoco falta el jardín en el poema, porque en el olor de las flores la sonrisa maternal regresa. El tiempo aparece una y otra vez en imágenes de sinestesias, como cuando es piel o “sonora caligrafía de amor por esta tierra vallenata”. Y el poeta, vidente que es, funge de guardián de la vida y avizora riesgos que demandan cuidados: El río desborda lamentos/ por la ausencia/ del desfile vegetal en sus riberas.
“Y de los destellos estéticos del haiku y el aforismo, dejo para el deleite de los lectores esta breve muestra del fontanar poético de José Atuesta Mindiola: 1. En los ojos de la noche/ la sonrisa del sol/ se diluye en epigramas de silencio. 2. Tanto has navegado/ el aljibe de mis años…/ Cada gota tiene el perfume de tu nombre. 3. En asedio de vigilias / la aldaba en la puerta/ espera el golpe de la luz. 4. En las ventanas del arcoíris/ el niño descubre/ la sonrisa de Dios”.
Por José Atuesta Mindiola











