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¿Por qué los papas adoptan un referente para autodenominarse?

Hay una larga tradición mediante la cual los nuevos jefes de la Iglesia católica adoptan el nombre de otro antecesor completando con una nomenclatura ordinal.

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Hay una larga tradición mediante la cual los nuevos jefes de la Iglesia católica adoptan el nombre de otro antecesor completando con una nomenclatura ordinal. Algunos lo harán teniendo en cuenta su comunidad: franciscana, agostina, etc.; otros por su identificación ideológica-teologal o por una combinación de ambas. Bergoglio, papa Francisco, se identificó con Francisco de Asís, primer papa con esa referencia. 

De este clérigo conocemos su cercanía con la naturaleza, en especial con los animales, seres sintientes como los humanos, eso es lo que nos han mostrado y qué raro que esta atracción no haya servido de referencia para otros papas. Como en toda organización humana, existe una lista de papas de no muy buena recordación. En “Los Papas y el sexo”, Eric Frattini dice que “son de espanto nombres como Dámaso, Siricio, Anastasio, Sixto III, Pedro, León I, Felipe II, Simmaco, Silvestres, Inocencios, Píos, Clementes y Benedictos”. También es de mucha recordación León X (Giovanni di Lorenzo, 1313-1521) quien creo el negocio de la venta de indulgencias para alcanzar el Cielo, y a quién se le atribuyen frases como las siguientes: “Ya que Dios nos dio el papado, gocémoslo” (carta a su hermano Giuliano); “Desde tiempos inmemoriales es sabido cuan provechosa nos ha resultado esta fábula de Jesucristo” (carta a su amigo el cardenal Pietro Bembo). Sus excentricidades fueron unos de los elementos que acumuló Martín Lutero para forzar el concilio de Trento, aunque no se descarta que Lutero también quería impedir el celibato allí planteado por sus intereses en casarse con la monja alemana Katharina Von Bora. 

El recientemente escogido como líder de la Iglesia Católica se decidió por su comunidad, la agustiniana, en referencia a Agustín de Hipona (hoy Argelia), así este no haya sido su fundador. La vida de Agustín ha trascendido, sus primeros años de vida fueron ajenos al buen comportamiento. Sin embargo, tuvo la virtud de revisar su vida y abrazó la causa cristiana llegando a ser un gran teólogo. Más, no se curó del todo; en su obra “Confesiones”, posterior a su conversión, hizo la siguiente imprecación: “¡Oh, mi Dios! Maravillosa es la profundidad de esas tus palabras con que invitas a los humildes. Me amedrenta tanta honra y me estremezco de amor ante profundidad tan maravillosa. A tus enemigos, ¡oh, mi Dios!, les odio vehementemente. Dígnate atravesarlos con tu espada de dos filos para que dejen de ser tus enemigos, porque me complacería su muerte”. Eso fue después de converso, qué tal antes. Claro, no existen crímenes de sangre ni debería haberlos de nomenclatura papal. Por supuesto, a un hijo mío jamás lo habría denominado Calígula. Pero, viéndolo bien, lo importante no es la referencia adoptada, es la claridad conceptual que se tenga para ejercer esa tan importante labor de jefe de la cristiandad. El papa debe sintonizarse con todos los problemas que pesan sobre la humanidad, así no sean de tipo religioso. Jesús hombre planteó un nuevo paradigma en lo social y económico. “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” o “La paz os dejo, la paz os doy”, son algunos de los nuevos principios que deberían regir al mundo. Hablaba de la justicia social y del no rotundo a la guerra. Es sobre estos axiomas que el papado debe ejercerse combinando lo teologal con prácticas de Estado y el Vaticano lo es. Francisco lo hizo, inició una asepsia en el Vaticano donde también se cuecen habas. 

Bergoglio se convirtió en un líder mundial, aunque en cuestiones de la guerra lo dejaron solo las grandes potencias de occidente; sus denuncias sobre el genocidio a los palestinos solo hicieron eco en las tumbas de ese sufrido pueblo. Tal vez, fue nuestro presidente Gustavo Petro uno de los pocos que tomaron fuertes posiciones frente al hecho, pero una golondrina no hace verano. Esperamos que León XIV continúe con esta labor cristiana e incite al criminal gobierno israelí a detener la guerra contra un pueblo indefenso.

Por: Luis Napoleón de Armas P.

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