En el antiguo imperio romano, las clases sociales estaban rígidamente determinadas. La clase de los patricios, dueños de todas las tierras y de esclavos, eran los que gobernaban pues las magistraturas de senador, cónsul, pretor, cuestor y edil, las desempeñaban exclusivamente ciudadanos de esta clase social, al menos durante los primeros siglos de la historia de Roma.
Los clientes, segunda clase en importancia, eran los descendientes de comerciantes de origen extranjero, protegidos por una familia patricia, porque no tenían la ciudadanía romana. Así la buena nombradía de un patricio se medía por el número de clientes que representaba ante los tribunales, cuando eran demandados por una causa civil o denunciados por algún delito; a su vez el cliente protegido, dejaba parte de su herencia al patricio protector.
La plebe, o grueso pueblo romano, tampoco poseía, al menos en la primera historia de Roma, la ciudadanía, y con el Estado sólo tenía deberes, como el pago de tributos y el servicio militar en las guerras de conquista.
Los esclavos eran considerados simple res o cosas y por tanto no tenían ningún tipo de libertad por ser objetos y no sujetos de derecho, según la legislación romana.
Cansados los plebeyos, que eran los artesanos y obreros de la sociedad romana, de poner el pecho a las lanzas en las guerras de conquistas que el imperio hacía en tierras de extranjeros, o barbari, como fueron llamados, y que las nuevas tierras ganadas con su sangre se repartieran sólo entre patricios, resolvieron un día abandonar la ciudad de Roma, y en una de sus siete colonias, llamada Monte Sacro (donde la leyenda dice que siglos después Simón Bolívar juró libertar a su patria) quisieron levantar otra ciudad paralela.
Alarmados los patricios porque se quedaban sin soldados y sin mano de obra artesanal, mandaron una especie de embajador llamado Menenio Agripa, quien convenció a los plebeyos de volver, con el siguiente apólogo: “Un día el cuerpo humano se desarticuló; las manos se negaban a trabajar porque todo lo que conseguían lo engullía el estómago holgazán. Al tercer día de esa huelga, el estómago sufría atrozmente y las manos estaban totalmente decaídas. Entonces el estómago dijo que los alimentos que las manos conseguían, eran transformados por él en energía y bienestar para todo el cuerpo humano. Que así era el cuerpo social de Roma porque los plebeyos y esclavos (las manos) laboraban, pero el patriciado (estómago) a través de los cargos públicos distribuía justicia, orden y prosperidad material en las ciudades romanas.
Convencidos los plebeyos con esa argumentación, pusieron como condición para volver a Roma que se eligiera a un magistrado que los representara y que cuando los edictos de los pretores, o los senadoconsultos del Senado, afectaran sus intereses de clase plebeya, tal magistrado tendría el derecho al veto (palabra que significa prohíbo) con lo cual se invalidarían tales mandatos. Además, para evitar que los patricios atentaran contra ellos, logran que se instituyera la pena de sacrilegiun, la más dura en la legislación romana, para proteger la vida de ese magistrado, representante de la plebe. Nació así, el tribuno plebis, representante de la sociedad, remoto ancestro del Procurador y de los personeros municipales.
Dicho tribuno convocaba entonces a los plebeyos en asambleas, que aprobaban leyes sólo para obediencia de los miembros de esta clase. Esas normas aprobadas se llamaban plebis – scitun, que significa literalmente “lo que la plebe quiere”.
Ese es el origen del mecanismo de consulta popular que adoptan los gobernantes, cuando desean consultar al pueblo como depositario de la soberanía y por tanto constituyente primario, sobre una decisión política de mayor importancia.
Por Rodolfo Ortega Montero











