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Escalona, memoria del vallenato

El Hambre del Liceo es la añoranza del hogar materno y de las delicias de los alimentos caseros; es, además, la protesta del llanto silencioso en la mesa del internado escolar del Liceo Celedón.

Columnistas José Atuesta Mindiola.

Columnistas José Atuesta Mindiola.

Por: José

@el_pilon

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Rafael Escalona Martínez (1926 – 2009), supremo compositor y embajador de la música vallenata. En calidad de cronista anduvo por diversos lugares de la provincia, bebiendo de los ríos musicales, conquistando amistades; y para el amor, todo el tiempo era primavera. Para justificar su galantería de conquistador empedernido, se escudaba en esta frase: “Si no hay amor, no hay canto”.

Como compositor, su competencia no era por la cantidad, porque sabía esperar a que la inspiración llegara, entonces empezaba a silbar y luego a hilvanar los versos. Su inspiración juvenil estuvo ligada a la nostalgia, río del alma donde navegan la melancolía y la esperanza. La primera canción, El profe Castañeda, la compuso en febrero de 1943, cuando era estudiante del Loperena, en la despedida del profesor Castañeda.

El Hambre del Liceo es la añoranza del hogar materno y de las delicias de los alimentos caseros; es, además, la protesta del llanto silencioso en la mesa del internado escolar del Liceo Celedón. En El Testamento, el amor conquista la mocedad de los sueños. La nostalgia es una liturgia de la amistad. El pobre Migue es una invitación al regreso del amigo que se ha refugiado en la montaña.

Fue un poeta con alma de arquitecto que le permitió hacer una Casa en el aire. Supo manifestar su admiración por sus pares en la creación: Lorenzo Morales, el juglar andariego que dejaba las huellas antes de poner el pie; muere el pintor Jaime Molina, su compinche de bohemia, y llora cantando su máxima elegía; el profesor y guitarrista Poncho Cotes, un entrañable pedazo de su alma; en El Plan, edénico lugar de la serranía, todavía se escucha en las noches una sinfonía a dos voces que repiten el nombre de la Vieja Sara, la madre de Emiliano Zuleta y Toño Salas.

Uno de los admiradores de la obra de Escalona fue Gabriel García Márquez, quien en los primeros días de diciembre de 1949 llega por primera vez a la provincia vallenata, específicamente a la población de La Paz. En su homenaje, Manuel Zapata Olivella y distinguidos contertulios organizan una parranda, los acordeones de la dinastía musical de los López amenizan la fiesta, canta el recién graduado bachiller Dagoberto López, compañero de estudio de Escalona en el Colegio Loperena y en el Liceo Celedón. Ese día García Márquez refrenda su admiración por las canciones de Escalona, quien no estuvo en la parranda; personalmente se conocen tres meses después en Barranquilla (24 de marzo de 1950).

Gabriel García Márquez con frecuencia visita Valledupar; el pretexto es promocionar las ventas de libros, pero en realidad venía a consolidar la amistad con el compositor, y viajar juntos por la ruta de los pueblos de sus ancestros maternos y sentir las revelaciones de cuentos, mitos y leyendas. Entre el compositor y el escritor había una historia en común: Clemente Escalona, padre del compositor, fue coronel en La Guerra de los Mil Días; igual que Nicolás Márquez, abuelo del escritor. García Márquez afirmó en una entrevista que, en las muchas conversaciones que tuvo con el coronel Clemente, evocó la imagen de su abuelo que murió esperando la pensión; y en uno de esos instantes concibe la imagen de la novela “El coronel no tiene quien le escriba”.

Por José Atuesta Mindiola

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