Cuando mi abuela se estableció en Valledupar y luego que los hijos empezaron a crecer, cada quien fue buscando su propio rumbo, la mayoría terminó viviendo en Codazzi cuando el país atravesaba una de las peores crisis de violencia como lo fue la guerra entre liberales y conservadores, a excepción de mi tío menor que vio en la vida militar una salida a la pobreza y terminó yéndose para la escuela de suboficiales del Ejército en Bogotá logrando formar parte del glorioso Batallón Colombia que estuvo como fuerza de paz en el Sinaí.
Mi papá, mi abuela, cuatro de mis tíos y una tía, terminaron establecidos como ya lo mencioné, en Codazzi. Por esas circunstancias de la vida, mi papá fue nombrado inspector de Policía; en ese entonces la pugna entre los dos partidos estaba en su momento más difícil, los enfrentamientos eran a unos niveles de violencia que aún hoy hacen parte de las historias de horror que habitan en la memoria y en los recuerdos de los que aún viven y que de una u otra forma padecieron dicha época, muy oscura, por cierto.
Desde que tuvo la oportunidad siempre anduvo armado, portaba en todo momento un revólver 38 largo en el cinto el cual no dejaba en ningún momento y supongo que por hacer parte del bando conservador los riesgos eran altísimos y no era para menos porque lo que sucedió aquella noche de septiembre marcó para siempre la vida de mi abuela y la de toda la familia.
Era domingo y, como de costumbre, el pueblo estaba en ambiente festivo, la gallera y la calle donde funcionaban las cantinas y los burdeles estaban a reventar porque era el día donde los cultivadores de café bajaban de la sierra a venderlo al pueblo y a hacer el mercado para surtir el comisariato, tanto de las parcelas como de las haciendas cercanas. Desde temprano el ambiente se había calentado, porque una discusión en uno de los burdeles fue subiendo de intensidad hasta convertirse en una gran trifulca que terminó con un apuñalado, varios descalabrados y al menos seis presos en el calabozo, valga la pena mencionar que por infortunio o por azar de la vida, todos los detenidos eran del partido Liberal.
En la zona había un hombre de mediana estatura, usaba un sombrerito de gamuza que le quedaba pequeño y se lo acomodaba en la cabeza de tal forma que le quedaba ladeado y ligeramente sobre el rostro cubriendo una enorme cicatriz en la cara; tenía la cara llena de cicatrices por el acné y un diente de plata con el que mordía un cigarrillo al que fumaba hasta casi quemarse los dedos y con ese mismo encendía el siguiente y así hasta fumarse toda la cajetilla. El hombre era un facineroso y alimentó su fama bajo la leyenda que había matado a más conservadores que ninguno en todo el país, así que la rivalidad entre el personaje y el inspector de policía que había apresado a seis de sus cuatreros estaba por estallar y de la manera más hostil y el desenlace solo es superado por la muerte de Santiago Nassar a manos de los gemelos Vicario en la novela de Gabriel García Márquez.
A eso de las seis de la tarde, cuando ya oscurecía, solo unos cuantos negocios contaban con generadores de energía, entre ellos la gallera, los demás se alumbraban con unas lámparas de kerosene que funcionaban a base de un gas que se generaba al inyectarle aire al tanque y éste encendía la mecha haciendo que alumbraran mejor que los mechones de petróleo o las lamparitas con mecha de trapo que era lo mejor que había en ese entonces. Eran muy pocos los apostadores que salían de la gallera, entre ellos, el famoso “mata godos” quien con los tragos en la cabeza dijo que esa noche iba a ser la noche donde no solo iba a sacar a sus hombres del calabozo, sino que de paso iba a “deshuevar” al inspector y a todos los policías que a esa hora hacían guardia en la estación.
Intoxicados por el licor, con la adrenalina alborotada, fuertemente armados, y con la intención de cumplir su promesa se dirigieron rumbo a la estación a borrar de la faz de la tierra a todo aquel que sostuviera el trapo azul…
(Continuará)
Por: Eloy Gutiérrez Anaya.











