La generación nacida después de 1995, la denominada generación Z y las siguientes, esas que transitaron la pubertad con un smartphone en sus bolsillos, que su adolescencia y juventud no la vivieron en la calle, ni en los parques, ni jugando boliche, ni trompo sino que crecieron en el mundo virtual de las redes, las apps, en ese universo paralelo, quizás alternativo, quizás de refugio o de escape, encadenados a sus celulares, tabletas o computadores, adictos, solitarios, están sufriendo de problemas mentales, específicamente de ansiedad y depresión.
La primera juventud, de hecho, toda la sociedad es impaciente -hay un libro que se llama así, lo escribió Eugenio Torini- pero en esa generación, los estudios muestran que esos jóvenes son más ansiosos y más depresivos. Dos emociones complejas.
Esos jóvenes, menores de 29 años, escribe Jonathan Haidt, en su libro recomendado por Barak Obama y Bestseller de The New York Times, llamado “La generación ansiosa” están sufriendo episodios de ansiedad y depresión más que otras generaciones, porque, entre otras cosas, viven sin comunidad dado que las redes sociales hacen que la comunidad desaparezca.
Hay, eso es palpable, una sociedad hiperconectada, tóxica en redes, con mucho ruido mental -el silencio mental es cosa del pasado-, contándose historias y futuros catastróficos y preocupándose por cosas que ni siquiera ocurrirán y que es incapaz de crear vínculos estrechos o cercanía. No hay roce corporal. Ya casi ni voz, las personan no hablan, textean.
En el mundo de hoy lo que prevalece, es lo que dice Chul-Han, comunicación sin comunidad. La comunicación que se impuso -y particularmente a esa generación y las vendieras- es la digital, la que se surte a través de redes, emoticones y WhatsApp. La sin contacto físico, ni cruce de miradas, las no sensoriales. Sin experiencias sociales y deambulando por el mundo virtual consumiendo pantallas.
Esa generación, la Z, creció sin juegos. Coartados y supervigilados en el mundo real pero desprotegidos en el mundo virtual ante bulos, mentiras, fake news, depravadores, suplantadores, ladrones, boots y otras raleas virtuales.
Esos adolescentes de hoy tienen más problemas de salud mental. Viven en el mundo de sus pensamientos -y los pensamientos son esos, pensamientos; no son realidades, no son hechos, no están sucediendo aquí y ahora y en verdad, más del 90 % no llegan a convertirse en realidades- y para peor, son pensamientos catastróficos en un mundo caótico y en transición, en pleno reacomodo.
Esa juventud vive en el pasado -depresión- o en el futuro -ansiedad-, pero se le escapa el presente. Vive en el parloteo incesante de la mente. Esa es su cárcel. No está entrenado en la atención plena, en el mindfulness. En vivir lo que tiene, que no es otra cosa que el presente.
Es hora para algo imposible pero que ya da muestras de ello; la gente se está desconectando o poniendo limites, por salud mental, a las redes. Bienvenida esa tendencia.
Por: Enrique Herrera.












