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De pitcher de softbol a falso guerrillero: la historia de Saulo Posada entregado dignamente por la JEP en Valledupar

La JEP entrega de manera digna los restos de Saulo José Posada en el barrio San Martín, Valledupar. La ceremonia se realizó este martes 16 de diciembre de 2025.

Familia Posada Chacín recibe los restos de Saulo José en la parroquia San Martín. Foto: Said Armenta.

Familia Posada Chacín recibe los restos de Saulo José en la parroquia San Martín. Foto: Said Armenta.

Por: Katlin

@Katlin Navarro Luna

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En el parque de tierra y piedra del barrio San Martín de Valledupar, donde antes solo se escuchaban risas y gritos de gol, hoy persiste una memoria dolorosa. Allí creció y jugó softbol Saulo José Posada Chacín, uno de los 13 jóvenes que la magistrada de la JEP, Ana Manuela Ochoa, calificó como “perdidos administrativamente”, víctimas de desaparición forzada a manos del Batallón de Artillería No. 2 La Popa y luego presentados falsamente como bajas en combate.

Frente a la iglesia del barrio, su hermana, Alexandra Chacín, reconstruye entre nostalgia y rabia el último día que vio con vida a Saulo. “Este parque de San Martín era de tierra y piedra, pero aquí veníamos a jugar y a celebrar con la comunidad. Saulo se crió en este barrio; su último día fue jugando aquí, para luego ser interceptado y llevado por miembros del Batallón La Popa”, relató en diálogo con EL PILÓN.

“La desaparición del cuerpo fue planeada”

La tragedia de la familia de Saulo no terminó con su asesinato. Después de ser enterrado, su cuerpo fue sustraído de la tumba y, durante años, nadie les dijo dónde estaba. La ausencia se convirtió en un segundo crimen.

Saulo José Posada, joven soñador del barrio San Martín (foto familiar). Quería ser pitcher como su abuelo Bonifacio. Foto: Said Armenta.

Saulo José Posada, joven soñador del barrio San Martín (foto familiar). Quería ser pitcher como su abuelo Bonifacio. Foto: Said Armenta.

“No sabemos dónde están sus restos, y nadie nos ha dado respuestas claras. La desaparición del cuerpo fue planeada”, denunció Alexandra, quien ha vivido más de una década entre la incertidumbre y el dolor, recorriendo oficinas, cementerios y audiencias sin encontrar una respuesta definitiva.

Saulo había servido en el Ejército, pero se retiró. Con el tiempo, le confesó a su hermana la dureza de esa experiencia. “Él me contaba que ser militar no era fácil, que los maltrataban física y emocionalmente. Después de salir se dedicó a trabajar como taxista, albañil y a ayudar a la familia”, recordó Alexandra. La ironía más cruel de su historia es que el destino lo alcanzó en manos de sus propios excompañeros.

Durante una de las audiencias de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), uno de los comparecientes, conocido como ‘Naranjo’, reconoció la identidad de Saulo. Sin embargo, por años, la verdad completa sobre su muerte y la desaparición de su cuerpo permaneció oculta. “Queremos que digan la verdad, que cuenten qué pasó, dónde están los cuerpos”, insistió su hermana.

Una sentencia que ordena buscar a los desaparecidos

La Sección de Reconocimiento de Verdad de la JEP fue clara en su decisión: la desaparición de los cuerpos no fue un hecho aislado, sino parte de un patrón sistemático, diseñado para ocultar ejecuciones ilegales y borrar la evidencia del crimen. La sentencia estableció que el Estado colombiano, en coordinación con autoridades territoriales y con apoyo de la comunidad internacional, debe adelantar una búsqueda activa, rigurosa y sostenida de las personas desaparecidas.

En este fallo se reconoce que entre las víctimas asociadas al Batallón La Popa hay, priorizados, cinco cuerpos que siguen sin ser encontrados. Por ello, se ordenó intensificar las labores de búsqueda, exhumación, identificación y entrega digna de los restos a sus familias, como parte esencial de la reparación.

Además, el fallo obliga a continuar las investigaciones para determinar responsabilidades, revelar la cadena de mando y garantizar que estos crímenes no se repitan. En el centro de estas medidas se ubican las víctimas y sus familias, cuya voz, por años ignorada, ahora empieza a tener eco en escenarios judiciales y públicos.

Ceremonia en San Martín y despedida en Ecce Homo

La jornada de este 16 de diciembre de 2025 escribió un antes y un después para la familia Posada Chacín y para la comunidad de San Martín en Valledupar. Con la voz quebrada, pero firme, Alexandra Chacín se dirigió a la comunidad desde el corazón del barrio: “Mi hermano creció y se levantó en este mismo barrio, en esta misma plaza. Un día lo contrataron para hacer un trabajo y fue engañado; al día siguiente apareció en manos del Ejército en el hospital. Quien se da cuenta es una tía con quien él vivía, que trabajaba allí. Por chismosa, como todo chismoso, cuando pasa algo corremos a averiguar. Cuando se percata de que uno de los supuestos guerrilleros era mi hermano, pegó el grito”.

Familia unida: madre, hermana, tías e hijos de Saulo en ceremonia. Foto: Said Armenta.

Familia unida: madre, hermana, tías e hijos de Saulo en ceremonia. Foto: Said Armenta.

El dolor personal de Alexandra se hizo eco en su relato: “Para mí no fue mucho, sinceramente, porque cuando lo matan yo estaba pasando por un proceso de cáncer, pero me afectó más psicológicamente que la misma enfermedad. Tanto que intenté quitarme la vida varias veces y mi familia me ocultó ese suceso para que no fuera otra bomba para mí. Un año después me dan la noticia”. Mirando a la plaza donde Saulo jugaba, gritó con el alma: “¿Qué les digo hoy a la comunidad, al barrio donde él creció y nació? Mi hermano no fue guerrillero. Señalaron a muchos de mi familia: abuelos, tías, primos, primas. Pisotearon su memoria, pero gracias a la JEP, a la UBPD y a todos los que nos tomaron de la mano, hoy limpiamos su nombre. Él no era guerrillero, nunca lo fue”.

Alexandra evocó los sueños del joven vallenato: “Quería ser como mi abuelo, pitcher de softbol. Las únicas armas que empuñó fueron un bate de béisbol, una petaca, un trompo, rieles de caballo porque mi abuelo trabajaba con carro mula. Ese era su primer trabajo. Soñaba con ser un gran pitcher como su abuelo Bonifacio, el papahuelo de todo”. Sobre la notificación a la familia, añadió que ocurrió el 28 de noviembre: “Se lo dijeron a mi mamá, a mi tía Reyes y a mí. Mi mamá no podía hablar. En una videollamada grupal me lo dieron sin prepararme emocionalmente. He sido el pilar de todos: sobrinos, tías, mamá, amigos. Pensaba que me derrumbaría, porque no estuve en su primer velorio. Hoy ha sido fuerte, pero me alegro demasiado”.

El magistrado de la Sala de Reconocimiento, Camilo Suárez, cerró el acto con palabras de reconocimiento: “Saulo era un hombre digno, honrado, honesto; de ninguna manera un delincuente o al margen de la ley. Fue un inocente asesinado. A través de este acto, aliviamos el dolor de su familia, contribuimos a un cierre con este luto para que avancen, siempre bajo la guía de Saulo como ángel en el cielo. Nos sentimos satisfechos, pero comprometidos a seguir buscando a los demás en los casos de falsos positivos”.

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