Cuenta la leyenda ancestral que, en lo alto de los Andes, los muiscas cubrían de polvo de oro al nuevo cacique y lo lanzaban a las aguas sagradas de la Laguna de Guatavita. No era un gesto de poder, sino de ofrenda, de comunión con los dioses, de transformación. De allí nació el mito de El Dorado, una ciudad que brillaba, no por su oro tangible, sino por la promesa de un tesoro inalcanzable.
Cinco siglos después, esa leyenda ha renacido. No en los Andes… sino en el corazón del país vallenato. No en una laguna… sino en el Parque de la Leyenda. Y no fue un cacique ancestral el ungido, sino un hombre que se ofreció a su gente, no con oro físico, sino con música: Silvestre Francisco Dangond Corrales.
Es aquí en Valledupar, tierra de acordeones y versos, donde Silvestre Dangond encontró su propio Dorado. No lo buscó entre montañas ni en mapas de conquistadores. Lo construyó con canciones, lo labró con aplausos, lo erigió sobre escenarios repletos de sueños y sudor guajiro.
Como en el mito ancestral, Silvestre fue cubierto por el oro. Pero no por lingotes ni monedas, sino por los brillos de luces, por las lágrimas de emoción, por los millones de voces que coreaban su nombre. Cada nota fue su ofrenda. Cada concierto, una ceremonia. Y cada canción, una chispa de oro derramada sobre el alma vallenata.
Al ritmo del Dato
En Valledupar, cuna de juglares, Silvestre no buscó el oro. Lo creó. No con metales, sino con melodías. No con espadas, sino con versos. Y como el líder muisca de antaño, fue cubierto de oro, pero en forma de luces, gritos, lágrimas y aplausos.
Como suelo decirlo en el lenguaje de los datos, el silvestrismo no solo vibra en el alma, también late en la economía.
Desde su primer lanzamiento musical Tanto para Ti en el Parque Garupal en el año 2002, Silvestre ha realizado 15 lanzamientos en la ciudad de Valledupar, en los que ha congregado a 286.280 personas en los distintos lugares donde ha realizado sus presentaciones.
En el Parque de la Leyenda el artista ha realizado ocho lanzamientos -el 53 % de su carrera musical- donde su figura se elevó con fuerza simbólica y con los que convirtió al mítico escenario en Laguna de Guatavita moderna.
Precisamente allí ha realizados sus últimos tres lanzamientos: “Esto es vida”, “Ta Malo” y “El último baile” los cuales no fueron solo eventos musicales; fueron rituales de consagración popular, en los que Valledupar lo ungió con su bendición, como el cacique que representa a su pueblo en tiempos modernos y la economía de la ciudad fue movida al ritmo de su música.
Cifras de una leyenda dorada
En el primer ritual: el lanzamiento “Esto es vida”, se congregaron en torno al evento 35.000 personas. La ciudad entera vibró. Se recaudaron más de $958 millones en boletería. Y con el eco de su voz, generó un impacto económico aproximado de $6.459 millones, dinamizando hoteles, restaurantes, transportes y mercados informales.
Luego vino “Ta Malo”, una expedición mayor. 65.000 personas llenaron cada calle, cada esquina. La boletería superó los $7.644 millones, y el impacto económico ascendió a más de $28.607 millones. El polvo de oro ahora era el movimiento de una economía viva, inspirada por una canción.
Pero fue con “El último baile” cuando el mito se volvió historia escrita en cifras doradas. 100.000 almas peregrinaron al Parque de la Leyenda. La taquilla alcanzó los $12.972 millones, y el efecto económico fue monumental: $61.997 millones inyectados a la economía local. Valledupar no brillaba por oro… brillaba por Silvestre.
En total, en solo tres eventos, más de 200.000 personas se congregaron en Valledupar, dejando una derrama económica aproximada de $97.064 millones. Como si cada acorde tuviera el poder de mover monedas, de construir empleos, de reinventar el turismo, según cifras de La Casa del Parrandero.
Muchos cruzaron océanos por El Dorado. Silvestre no tuvo que buscarlo: lo encontró dentro de sí y lo compartió con su pueblo. No lo buscó entre riquezas materiales, sino entre los sonidos que heredó, los ritmos que creó y el amor que sembró. Y hoy, cada vez que canta, no es un hombre vestido de oro… es el oro mismo, hecho canto, hecho pueblo, hecho país vallenato.
Hoy, Silvestre Dangond fue cubierto de aplausos como otros fueron cubiertos de oro. Pero esta historia no termina con él, la ciudad de Valledupar no ha cerrado sus puertas. El Parque de la Leyenda no es solo un escenario: es un altar de la música que sigue latiendo, esperando al próximo nombre que merezca ser coronado.
El parque, como una nueva Laguna de Guatavita, extiende su reflejo y sus luces hacia el mundo. Y artistas de todas partes —soñadores, rebeldes, trovadores del alma— están invitados a venir y cantar. Aquí no importa el idioma, el origen o el género. Lo que se exige es autenticidad, alma, verdad. Porque en esta tierra donde el vallenato se funde con el corazón de un pueblo, la música no tiene fronteras y la corona está hecha de sentimiento.
Porque aquí, el Dorado musical no se encuentra… se conquista con cada nota.
Por: Fabián Dangond Rosado.
Al ritmo del dato/La Casa del Parrandero.











