OPINIÓN

Santa Marta ya tiene la historia de su carnaval: fue presentada en Valledupar

El historiador Edgar Rey Sinning presentó en Valledupar una bella historia cultural de Santa Marta, que cumplirá este 29 de julio 500 años de fundada. EL PILÓN se suma a su celebración.

Santa Marta ya tiene la historia de su carnaval: fue presentada en Valledupar

Santa Marta ya tiene la historia de su carnaval: fue presentada en Valledupar

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El historiador Edgar Rey Sinning presentó en Valledupar una bella historia cultural de Santa Marta, que cumplirá este 29 de julio 500 años de fundada. EL PILÓN se suma a su celebración.

El pasado sábado 5 de julio se presentó en la Librería Toro, del centro comercial Unicentro en Valledupar, el libro ‘Historia del Carnaval de Santa Marta’. Fugaz esplendor de una fiesta aristocrática y popular, de autoría del sociólogo Edgar Rey Sinning, actual profesor de la Universidad Popular del Cesar y con una amplia trayectoria en obras e investigaciones históricas sobre Santa Marta y la región. La conversación estuvo a cargo de Simón Martínez Ubárnez.

La obra, editada por la editorial El Búho de Bogotá, tiene como portada una acuarela del artista banqueño Ángel Almendrales Viadero y, como contraportada, una fotografía de la reina del Carnaval de Santa Marta de 1953, Alicia Vergara Vives. En su interior, más de veinte fotografías ilustran el trabajo de investigación del autor, respaldado por 846 citas bibliográficas que dan cuenta de la rigurosidad de Rey Sinning, quien en 360 páginas expone la evolución del carnaval samario.

El libro está compuesto por cinco capítulos, una introducción del autor y una presentación a cargo del antropólogo y tamborero Guillermo Rey Sabogal, quien afirma: “La prosa es rica y evocadora, y los ejemplos de los datos recabados que se mencionan enriquecen la narrativa, mostrando la diversidad de voces que forman parte de esta experiencia colectiva”.

El primer capítulo, titulado Configuración histórico-cultural de un nuevo carnaval, explica que, a su llegada a América, los castellanos cristianos trajeron consigo su cultura espiritual: lengua, religión, cuentos, charadas, músicas, entre otros. El carnaval llegó cristianizado, incluido en el calendario cristiano como un juego que debía terminar el martes anterior al Miércoles de Ceniza. Con el tiempo, incorporó elementos de la cultura nativa, como danzas, músicas e instrumentos autóctonos como las gaitas y tambores chimilas. Posteriormente, la población afrodescendiente también hizo sus aportes. Así, fruto del mestizaje, nació una nueva fiesta: el carnaval samario.

“El carnaval samario en el siglo XIX: la fiesta de todos” es el segundo capítulo, donde Rey Sinning, con base en documentos de archivo y la prensa que se publicó en Santa Marta en el siglo XIX, logra reconstruir la fiesta. Tres puntos cabe destacar: primero, la fiesta de San Agatón, en el vecino corregimiento de Mamatoco, que es muy popular y es la antesala del carnaval, que iniciaba antes el domingo (eran solo tres días). Segundo, el Decreto del 21 de febrero de 1846, que prohíbe que los samarios salieran disfrazados de Adán y Eva, es decir, desnudos. Según el autor, esta era una tradición arraigada en Santa Marta, así que se necesitó una norma que prohibiera tal “disfraz”. El decreto, transcrito completamente en el libro, contempla la prohibición de otras expresiones que no eran aceptadas por la élite samaria. Y, tercero, la publicidad de accesorios para disfrazarse que se registra en la prensa.

El tercer capítulo, Prosperidad económica y el carnaval samario, aborda el impacto de la bonanza bananera en la ciudad durante los primeros 60 años del siglo XX, con la presencia de la United Fruit Company. En ese entonces, el carnaval era organizado por el Club Santa Marta, que desde 1913 nombraba dos presidentes (hombre y mujer) para liderarlo. Luego surgió la figura de la reina, marcando un giro de lo democrático a lo monárquico. Prensa local y nacional reseñaban ampliamente las carnestolendas samarias, reflejando su importancia tanto para la élite como para los sectores populares.

Nacieron entonces los reinados comunales, veredales y barriales, así como los bailes populares con tambora samaria y desfiles de hasta 40 agrupaciones en la tradicional Batalla de Flores. En 1957, durante el reinado de Beatriz Gutiérrez, se organizó por primera vez la Batalla de Maicena, única en la región Caribe. También se destaca la elección de Leonor Vives Echeverría, hermana del político José Ignacio “Nacho” Vives, quien aceptó ser reina con la condición de que se contratara a Lucho Bermúdez y su orquesta, con Matilde Díaz como cantante. Durante su estadía, el maestro compuso varios porros alusivos a la fiesta, como Leonor y Los primos Sánchez. En este periodo florecieron espacios culturales como los teatros Universal y La Estrella, que en carnaval se convertían en salones populares.

Sin embargo, esa prosperidad comenzó a desvanecerse desde 1960. El cuarto capítulo, Luces y sombras de una fiesta aristocrática y popular (1960-2000), expone cómo la creación de la Fiesta del Mar en 1959 y la retirada de la United Fruit Company en 1966 afectaron el carnaval. Aunque persistieron los nombramientos de reinas y se mantuvo cierta participación barrial, la falta de apoyo institucional desmotivó a la ciudadanía. En los años setenta, ante los altibajos, se propuso unificar ambas fiestas, pero al final del siglo XX, la administración dejó de nombrar reina central, lo que aceleró su decadencia.

El último capítulo, Revitalización del carnaval en los barrios populares, ¿una posibilidad?, explora cómo sectores como Pescaíto, Mamatoco y María Eugenia han buscado rescatar el carnaval desde comienzos del siglo XXI. Varias fundaciones han impulsado eventos propios y, en años recientes, se han dado pasos para articular esfuerzos y consolidar celebraciones conjuntas.

Rey Sinning plantea que revitalizar el carnaval samario es posible, como ocurrió en Cartagena con la Fiesta de Independencia. Esta propuesta encontró eco entre los asistentes a la presentación en Valledupar, donde se evocaron carnavales históricos de municipios como Gamarra, La Gloria y Aguachica, así como la persistencia del espíritu carnavalesco en La Guajira.

En el caso de Valledupar, surgió un consenso sobre la necesidad de estudiar la posibilidad de revitalizar nuestro carnaval. Así lo manifestaron la periodista María Elisa Dangond, la artista Marianne Sagbini, Piedad Ramírez y su madre, la antropóloga Ruth Ariza Cotes, entre otros. El escritor recordó que en 1986 asistió a la Caseta Aguardiente Antioqueño, donde se bailó con la orquesta Las Chicas del Can el viernes antes del carnaval.

La discusión giró en torno a cómo los pueblos costeños, por privilegiar otras festividades, han ido dejando morir los carnavales. Sin embargo, estos no han desaparecido del todo: siguen “dormidos con ganas de saltar y no perderse el baile”. ¿Por qué no convertirlos en una ocasión complementaria de fiesta, empleo, riqueza económica y cultural?, se preguntó la audiencia.

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