Nada resulta más ridículo que cuando un funcionario público se cree dueño del cargo, sin darse cuenta de que el cargo es prestado; de que, en realidad, se lo confiaron de manera temporal.
Lo único que realmente debe hacer el funcionario con ese cargo es procurar el bien común: ayudar a la gente y sacar adelante la entidad pública en la que trabaja.
Por favor, señores funcionarios que llegan a cargos de libre nombramiento y remoción en entidades del orden nacional, departamental o municipal: no se crean el cargo, no asuman poses arrogantes que no conducen a ningún lugar. Un funcionario en estas condiciones sabe qué día toma posesión, pero nunca hasta cuándo permanecerá en él.
Lo mismo ocurre con los servidores públicos de elección popular: congresistas (senadores y representantes a la Cámara), diputados o concejales. Aunque hayan sido elegidos para un periodo fijo, al final todo termina. Incluso si conquistaron el cargo en las urnas, este no es suyo. Todo es finito.
La arrogancia de muchos funcionarios suele ir acompañada de arribismo cuando ocupan cargos directivos. Eso los lleva a una metamorfosis peligrosa, donde olvidan que el poder es temporal. Un poder que, en ocasiones, termina siendo el opio del funcionario público.
Más de uno, embriagado por ese poder, en su “cuarto de hora” se convierte en charlatán: con más vanidad que conocimiento, adulador, oportunista y trepador.
El verdadero liderazgo es aquel que no aleja de la autenticidad. Por favor, no se crean el cargo. Mañana ese cargo ya no estará, pero ustedes sí, y las relaciones que construyeron con la gente permanecerán, para bien o para mal.
Ya están mandados a recoger los funcionarios vanidosos que se exaltan a sí mismos de manera artificial. Aquellos a quienes se les sube el cargo a la cabeza.
Nada mejor que el reconocimiento que llega solo, no el que se exige. Nada mejor que el funcionario, hombre o mujer, sin oropeles ni poses. Nada mejor que el servidor público con los pies en la tierra, que sobrevive a la prueba de haber ocupado un cargo importante sin que la gente tenga que descalificarlo por habérsele subido el poder a la cabeza.
Por Quintín Quintero











