No es lo mismo desear algo con calma, sintiendo paz y tranquilidad, dando los pasos necesarios para conseguirlo de forma segura y confiable, que necesitar algo, sintiendo desespero, como si el mundo se fuese a acabar, indicando que tenemos un vacío, difícil de llenar y controlar.
No es lo mismo necesitar afecto, aprobación y atención, que desear compartir la vida con alguien a quien ofrecerle todo tu amor. La necesidad denota carencia, en cambio, el deseo es sinónimo de intención. Por lo general, cuando necesitamos que alguien haga algo por nosotros, se debe a una discapacidad o limitación propia, por lo tanto, debemos ser pacientes tanto con nosotros mismos como con las demás personas. Lo irónico es que, cuando alguien se niega a llenar nuestro vacío o a suplir nuestra limitación, nos llenamos de rabia, nos indignamos, siendo ello una muestra de la impotencia que sentimos con nosotros mismos, de no poder sanar nuestras propias heridas.
Si necesitas algo la vida te enviará pruebas a través de tormentas, hasta que aprendas a sanar, y no necesitar. Cuando cambias la necesidad por deseo, comienzas a organizar tu vida, replantear acciones, controlar emociones, escuchar tu propio ruido y amar tu propio silencio; en ese momento, empiezas a desear más de ti, y necesitar menos de los demás. Es importante reconocer, que cuando una necesidad llega, nubla nuestra mente, conduciéndonos a la negación y la impotencia; la necesidad paraliza, nos vuelve pasivos, en cambio, el deseo, activa nuestra mente y la llena de opciones y posibilidades, que nos permiten encontrar una solución, siendo independientes en lugar de dependientes, de las circunstancias y las demás personas.
La diferencia entre un alcohólico y una persona sana está en comprender, que no es lo mismo necesitar tomar, que desear compartir con los amigos. Si necesitas tomar para compartir, eres dependiente. Lo mismo ocurre con la comida, si necesitas comer algo en particular, es decir, tienes un antojo por dulce, comida rápida o paquetitos con sellitos, significa que tienes una carencia nutricional, en cambio, si deseas comer porque tienes hambre, cualquier tipo de comida casera, elaborada con alimentos frescos, te logrará saciar.
Lo peor de tener necesidades es que nos vuelven cada día más esclavos de aquello que necesitamos para sentirnos bien, haciéndonos creer que no somos suficientes, que somos débiles y no logramos alcanzar nada, por nosotros mismos. ¿Qué hacer? Lo primero es identificar qué situaciones te descontrolan, qué te hace enojar, en qué momentos se te nubla la mente, sin saber qué hacer, sintiendo que te falta la respiración, o que quedas sin recursos para actuar. Luego, piensa en aquello que esperas que hagan los demás, en todo lo que esperas que ocurra, porque eso es lo que tú necesitas y debes desear proporcionar, en lugar de necesitar. Por ejemplo: estás hablando con alguien que te ignora, y eso te enfurece, por lo tanto, denota que necesitas atención, de lo contario, no perderías tu tiempo con alguien que te ignora, y menos, invirtiéndole emociones que te hacen daño. Ya sabiendo que necesitas atención, debes desear aprender a escuchar más, y necesitar ser menos el centro de atención. Obvio, existen casos de casos; si está el deseo de compartir y conversar con una persona sana, lograremos manejar la situación, en cambio, si tenemos la necesidad de recibir atención, todo se nos saldrá de control.
Frente a los deseos, y en medio de circunstancias sanas, todo se mantiene estable, pero, cuando existen necesidades, las circunstancias tóxicas toman lugar y todo se vuelve inmanejable.
Por: María Angélica Vega Aroca.
Psicóloga





