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El autócrata resentido

En el libro Así habló Zaratustra, Nietzsche desvela el alma del tirano, que uno que otro gobernante lleva dentro de sí y que gobierna a partir del miedo, la rabia y la necesidad de sentirse superior.

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En el libro Así habló Zaratustra, Nietzsche desvela el alma del tirano, que uno que otro gobernante lleva dentro de sí y que gobierna a partir del miedo, la rabia y la necesidad de sentirse superior.

El autócrata resentido es alguien que tiene experiencias de otros gobernantes fracasados y que, a su vez, en su gobierno ha perdido poder real y no tiene fortaleza para crear valores, así que se aferra a la dominación sobre los demás como refugio.

Es un tipo que, para justificar su debilidad, fabrica una moral de la autoridad. Yo mando porque debo mandar, mando donde otros han fracasado.

Este personaje nace del resentimiento, esa emoción que Nietzsche toma como motor de la negación, la retaliación y la venganza. El autócrata resentido no crea. Recuerda a líderes a quienes desearía imitar espada en ristre, pero en vez de aprender, es aplastado por las glorias ajenas. Es sombra creyéndose sol.

Su poder no es creativo, sino un intento de domar a los demás.

Por eso, la dureza y el maltrato con los otros suelen esconder una debilidad de fondo: el miedo a no ser nadie, a desaparecer, definitivamente.

Nietzsche, en cambio, describe una ética de la vida que celebra la afirmación, la creatividad y la autonomía. En contraposición, el autócrata resentido se alimenta de la negación de los otros, desconfía de la voluntad de poder que se manifiesta en la autodeterminación y en el talento de los demás. Grita “Yo mando”. Pero este grito se silencia ante la evidencia de que la vida no concede derechos a la fuerza bruta, sino a la creatividad, la valentía de decir sí a la vida de todos.

La figura del autócrata resentido se enfrenta con la crítica de Nietzsche a la moral de esclavos, aquella que encuentra su legitimidad en la cobardía y en la traición a la propia naturaleza. El resentido quiere convertir la debilidad en virtud para que no se le vea como lo que es, alguien que teme la libertad de otros, que teme el desafío de la diferencia y que, por miedo, impone un código rígido que evita el crecimiento auténtico que incluye a todos, sin separaciones ideológicas. Esta actitud no eleva, constriñe. Lo contrario, no impulsa hacia la creación, sino hacia la división destructiva.

En lo práctico, el autócrata resentido exige obediencia ciega a sus mandatos, a sus reformas. Pero su poder se tambalea ante la primera muestra de autonomía institucional que cuestiona sus dedos. Allí aparece el límite de su autoridad: es un tirano débil, que se sostiene por la ambición de quienes lo rodean y por la complicidad de sus caudales cómplices que, en muchas ocasiones, prefieren la seguridad de la obediencia a la libertad del pensamiento crítico.

La solución nietzscheana no es la simple represión del poder externo, sino una

educación radical hacia la afirmación de la vida y sus valores democráticos. Para Zaratustra, el camino pasa por la autotransformación, renunciar a la pretensión de ser el criterio de todo, abrazar la cooperación creadora, aceptar la responsabilidad de forjar valores compartibles, sobre todo, aceptar que la verdadera autoridad nace de la capacidad de decir sí al bien de todos. El autócrata resentido, en cambio, conserva un corazón dividido: quiere mandar sin haber aprendido a vivir sin temer la libertad del otro. Y esa contradicción, tarde o temprano, se revela como su propia debilidad.

En resumen, el autócrata resentido en la visión de Nietzsche es la persona que, empujada por el resentimiento, intenta convertir la debilidad en autoridad.

Nietzsche nos invita a reconocer esa tendencia en nosotros mismos, a deshacer la lógica de la dominación para abrir paso a una ética de la afirmación, la creatividad y la libertad auténtica. rodrigolopezbarros@hotmail.com

Por: Rodrigo López Barros.

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