Cada capítulo de la historia de Colombia ha sido escrito en un campo de batalla. Desde que conquistamos la independencia, el país ha transitado por un siglo XIX marcado por guerras civiles recurrentes, donde liberales y conservadores convirtieron al territorio en un campo de batalla interminable. Luego, a mediados del siglo XX, la Violencia bipartidista dejó una huella trágica que aún se siente en la memoria de muchas familias. Y durante más de cinco décadas, el conflicto armado interno prolongó ese dolor, sumando millones de víctimas y consolidando una geografía nacional marcada por la muerte, el desplazamiento y el miedo.
¿Qué tienen en común todas estas tragedias? La incapacidad de dialogar, la conversión del adversario político en enemigo absoluto, la instrumentalización del odio como herramienta de poder. Colombia no ha sido un país en conflicto por accidente: ha sido un país donde la política aprendió a gobernar mediante la división, donde mantener al país fracturado en bandos irreconciliables resultaba más rentable que construir consensos. Todos los episodios de violencia encontraron tierra fértil en un país que nunca aprendió el arte de la conversación democrática. Pero hoy sabemos, con la lucidez que brinda la memoria, que seguir insistiendo en la división equivale a extender la herida.
Ya es hora de apagar el ruido del enfrentamiento para darle paso al diálogo. El Acuerdo de Paz de 2016, con todas sus imperfecciones, abrió una oportunidad histórica. Por primera vez en décadas, Colombia dispone de la posibilidad real de resolver sus conflictos sin armas. Pero esa ventana de esperanza corre el riesgo de cerrarse. La polarización política se ha intensificado, alimentada por redes sociales que premian el señalamiento irresponsable y castigan la reflexión serena; por actores políticos que descubrieron en la división un camino rápido al éxito; y por medios que han convertido el conflicto en espectáculo rentable.
¿Qué significa entonces reconciliar en este contexto? No es ceder por debilidad ni renunciar a las convicciones. Es comprender desde la fortaleza. Es crear un terreno fértil donde florezcan las ideas distintas. Así, la conciliación lúcida es ese difícil equilibrio entre la firmeza moral y la empatía. Y Colombia necesita precisamente eso: dejar de confundir intransigencia con principios, y entender que la verdadera fuerza transformadora no proviene del conflicto sino del diálogo. Hemos padecido la guerra durante doscientos años. No funcionó. Es tiempo de apostarle al diálogo.
En un país fracturado por el señalamiento mutuo y la polarización rentable, el liderazgo que necesitamos no es el del caudillo que promete redención mesiánica ni el del político que alimenta el odio. Necesitamos el estadista que ofrece sensatez, el líder que entiende que gobernar consiste en armonizar lo múltiple; y, armonizar no es eliminar las diferencias ni aplastarlas bajo el peso de una mayoría, sino darles un orden donde puedan coexistir y enriquecerse mutuamente. Colombia necesita un liderazgo armónico: capaz de escuchar sin miedo, de pensar con rigor y de actuar con prudencia.
Aquí la juventud tiene una responsabilidad histórica. Somos herederos de un país golpeado, pero también portadores de una fuerza que puede romper siglos de violencia. Nos corresponde tomar la pluma de la historia y atrevernos a escribir nuevas páginas. No estamos obligados a repetir capítulos de dolor. El futuro de Colombia depende de que tengamos el valor de pasar la página y comenzar una narración distinta: una donde el país deje de sangrar por sus divisiones y empiece, por fin, a sanar desde la unión.
Unir es para los jóvenes un acto de rebeldía audaz: apostar por el futuro en vez de seguir hipotecados al pasado. Sabemos lo que está en juego. Cargamos el peso de los sueños y al mismo tiempo somos dueños de una fuerza capaz de reconstruir todo. Podemos ser la generación que transforme la conversación nacional en un laboratorio de consensos, donde las ideas contrarias no se descarten por prejuicio, sino que se pongan a prueba para ver cuáles sirven a un país que debe cambiar sin destruirse.
Sí, las reformas sociales son necesarias y urgentes. Pero no pueden ser impulsos febriles que destruyan los cimientos institucionales. No basta con querer cambiar el país; hay que saber cómo hacerlo sin quebrar la estabilidad económica o la seguridad jurídica. El cambio auténtico no se construye con furia sino con inteligencia; no desde el ego sino desde el propósito claro. La conciliación, entendida así, no es una postura blanda: es una forma superior de fortaleza política, porque exige pensar antes de actuar, construir antes de destruir, y unir donde otros solo saben dividir.
El país necesita una figura que encarne esa madurez política. Alguien que no tema a la razón ni desprecie la emoción; alguien que pueda mirar a la izquierda sin odio y a la derecha sin miedo; alguien que haga posible el diálogo donde otros solo ven disputa. No hablamos de un superhéroe ni de un mesías, sino de un líder con la humildad suficiente para reconocer que ningún bando tiene el monopolio de la verdad y con la firmeza necesaria para defender los principios democráticos sin exclusiones.
Este liderazgo solo puede consolidarse si entendemos que Colombia no necesita un nuevo conflicto, sino un diálogo profundo. Una conversación nacional que comprenda que al armonizar las diferencias no se diluye la identidad, sino que emergen ideas nuevas y se hace posible una renovación genuina. Porque unir es, en esencia, un acto de creación: es tener la valentía de reconciliar, de tender la mano sin renunciar a los principios, y de entender que el poder auténtico no se impone por la fuerza, se construye con paciencia y voluntad.
Si aspiramos a un país mejor, necesitamos una fuerza que nos una, que haga florecer nuestras virtudes en lugar de perpetuar odios y rencores. Un país que escriba un nuevo capítulo donde el diálogo prevalezca sobre la violencia y donde el liderazgo no se mida por derrotar al adversario, sino por la sabiduría de convertirlo en interlocutor. Después de doscientos años de violencia, Colombia merece este nuevo capítulo.











