No hace falta observar con demasiado detenimiento para reconocer que la cultura del Caribe colombiano tiene un potencial inmenso para movilizar el desarrollo de sus territorios. Está presente en los oficios, en los relatos, en la música, en las cocinas, en las calles y en la manera de habitar el día a día. Sin embargo, gran parte de esta riqueza sigue sin traducirse en estrategias sostenibles que integren lo cultural a los modelos de crecimiento regional.
Históricamente, esta zona del país ha sido un laboratorio natural de sincretismos que ha dado lugar a géneros musicales, artesanías, expresiones culinarias y narrativas orales. Esta capacidad de síntesis cultural y generación de valor simbólico constituye una de nuestras principales fortalezas y propuestas de valor. Sin embargo, en muchas ocasiones se le relega a un lugar secundario, sin reconocer su verdadero potencial como motor económico y herramienta de transformación social.
Según la Cuenta Satélite de Economía Cultural y Creativa del Departamento Administrativo Nacional de Estadístico (DANE), en 2023 las industrias culturales y creativas generaron un valor agregado de $40,6 billones, lo que representó el 2,87% del total de la economía nacional. Estos datos reafirman que la cultura no solo es identidad, también es economía, empleo, turismo y proyección internacional.
A partir de este reconocimiento, es urgente diseñar e impulsar iniciativas que fortalezcan lo que somos y posicionen al Caribe como un destino cultural de referencia nacional. En ese propósito, la comunicación cultural juega un papel estratégico. No se trata solo de visibilizar lo existente, sino de construir narrativas que generen sentido, pertenencia y apropiación, que además informen, conecten y movilicen, no solo para atraer visitantes, sino para que las propias comunidades reconozcan el valor de su cultura, se apropien de ella y generen, desde lo individual, procesos que se expandan colectivamente.
Comunicar la cultura implica tres dimensiones clave: educar, para fortalecer el vínculo entre las comunidades y su patrimonio; valorar, para mostrar la riqueza y originalidad de nuestras expresiones rompiendo estereotipos y proyectando nuevas oportunidades; y articular, para facilitar redes entre artistas, gestores, emprendedores y públicos diversos, activando flujos de conocimiento, recursos y colaboración.
El reto principal no está en crear más, sino en organizar lo que ya existe, fortalecer sus capacidades, conectar actores y consolidar un ecosistema cultural robusto y sostenible. Para lograrlo, se requieren políticas públicas coherentes, educación cultural de calidad, marcos legales que protejan la propiedad intelectual, mecanismos de financiación y, sobre todo, una articulación efectiva entre Estado, academia, sector privado y comunidades.
La tarea es compleja, pero viable. Supone transformar la forma en que se percibe la cultura, dejar de verla solo como forma y empezar a entenderla en su fondo, como un eje estructurante del desarrollo. También implica un cambio de mentalidad, tanto en quienes crean cultura como en quienes tienen la capacidad de invertir en ella y comunicarla con propósito.
La pregunta, entonces, no es si la cultura puede transformar al Caribe. La verdadera pregunta es si estamos dispuestos a reconocerla y gestionarla como base para construir nuevas economías, narrativas y formas de desarrollo territorial.
Por: Alix Belinda Castro, directora del programa de Comunicación Social de la Fundación Universitaria del Área Andina, sede Valledupar











