¿De verdad sabes de lo que hablas cuando opinas, o solo repites lo que escuchas? Hoy cualquiera se siente con autoridad para sentenciar, señalar y gritar su verdad en redes sociales, pero muy pocos se toman la molestia de informarse. Y es que, en el fondo, opinar sin saber es cómodo: no requiere esfuerzo, solo ganas de figurar.
La opinión sin sustento se ha vuelto la norma en los tiempos de los “expertos” de redes sociales. Todo el mundo tiene algo que decir, pero casi nadie se preocupa por leer más allá de un titular o contrastar información. Se repite lo que conviene, lo que dice el grupo, lo que suena bien. Así, los debates dejan de ser espacios de reflexión para convertirse en campos de batalla de egos donde gana quien grita más fuerte, no quien tiene mejores argumentos.
El caso Uribe es, sin duda, el mayor ejemplo de este fenómeno en la actualidad. Cada vez que surge una noticia sobre el expresidente, el país se divide en dos bandos: quienes lo defienden como si fuera un familiar y quienes lo condenan sin piedad. Sin embargo, muy pocos saben realmente de qué hablan. Hay quienes lo defienden de manera visceral, sin tener idea en qué han consistido sus audiencias, cuáles son los delitos que se le investigan, desde cuándo existe el proceso judicial o, incluso, qué es un juicio.
Del otro lado, están los que aseguran su culpabilidad con la misma ligereza, sin conocer pruebas ni contexto, repitiendo frases hechas solo para reafirmar su odio. En ambos casos, hay algo en común: la falta de información y el exceso de pasión.
Defender sin saber o condenar sin pruebas son dos caras de la misma moneda: una moneda que devalúa cualquier conversación seria. Porque opinar no es solo decir lo que pensamos, es tener la honestidad intelectual de respaldarlo, de leer, de entender. Y, si descubrimos que estábamos equivocados, de tener la humildad de reconocerlo.
Y más ahora, cuando pronto nos encontraremos en épocas previas a elecciones, este fenómeno se intensifica. Los rumores, las medias verdades y las pasiones desbordadas suelen dominar el ambiente, y es en esos momentos cuando más precaución debemos tener. Informarse no es un capricho, es una necesidad para no caer en la manipulación y para no convertirnos en parte del ruido que solo beneficia a quienes juegan con la desinformación.
Equivocarse es normal; quedarse en la ignorancia por orgullo, no. Verificar fuentes, contrastar datos y entender el contexto no es un lujo, es una obligación para cualquiera que quiera participar en el debate público de forma responsable.
No confundas el derecho a opinar con el derecho a decir cualquier cosa sin consecuencias. Una opinión sin fundamento no construye, solo hace ruido. Así que te pregunto: ¿la próxima vez que hables sobre política, o sobre cualquier tema, vas a argumentar o solo vas a gritar para figurar?











