Muchos campesinos en La Guajira aprovecharon el auge de la bonanza marimbera para dejar a un lado la cosecha de cultivos tradicionales de pan coger, sembrados en pequeñas parcelas para cubrir las necesidades de los mercados de Dibulla, Riohacha y Maicao. En dicho auge, observaron que les era más rentable dedicarse a la siembra del cultivo de la mala hierba o, sencillamente, dedicarse a transportarla desde las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta hasta los puertos clandestinos ubicados frente al mar Caribe.
En alguna ocasión, en el corregimiento de El Pájaro, Tiburcio observó cómo una multitud de marimberos hacían disparos al aire en plena celebración de las fiestas de San Rafael. El propósito era despedir a un lugarteniente que, el día anterior, había perdido la vida en un accidente automovilístico, ocurrido con el volcamiento de una costosa camioneta Ranger F-150, y para quien gastaron un suntuoso capital invertido en las honras fúnebres del célebre marimbero, a quien le daban un adiós definitivo con brindis de Old Parr y chirrinchi.
Era usual en la época de la bonanza marimbera que, cada vez que había un corone en El Pájaro, se festejara con Old Parr y disparos al aire. Los mafiosos hacían tanta bulla que estas fiestas se convirtieron en unas de las mejores de Colombia. Los marimberos se daban el lujo de contratar a las mejores agrupaciones musicales nacionales y extranjeras. El Gran Combo de Puerto Rico, Ricardo Rey y Bobby Cruz, Las Chicas del Can, Wilfrido Vargas, Los Hermanos Zuleta, Jorge Oñate, Diomedes Díaz, Silvio Brito, El Binomio de Oro y Los Betos del Vallenato, entre otros, amenizaban las fiestas tradicionales de El Pájaro, ubicado en jurisdicción del municipio de Manaure, al norte del departamento de La Guajira.
Tiburcio era un hombre millonario y parte de su riqueza se la atribuía al burro, quien de sol a sol lo había acompañado en sus largas jornadas de trabajo.
En agradecimiento al fiel amigo, le mandó a construir en “Chihuagua”, una de sus mejores haciendas, un establo especial dotado con aire acondicionado, televisor, colchones ortopédicos, comederos especiales, bebederos con agua fría, baños con agua caliente y los servicios especializados de un chalán y un veterinario permanente, quienes tenían la orden de rotarle dentro del espectacular escenario cien yeguas que el afamado burro escogiera para cubrirlas en el día a día.
Era tan afamado, que el salto del burro se vendía en euros o en dólares.
Un buen día, el burro amaneció muerto y Tiburcio fue informado de la fatal noticia. Con el pesar en el alma, decidió hacerle una despedida suntuosa al asno que lo había acompañado durante toda su vida, aún cuando vivía en precariedad, y quien estuvo junto a él en momentos de dificultades, de abundancia y de alegría.
Tiburcio, en su dolor, recordó cómo fue el homenaje realizado a aquel amigo que murió en un accidente trágico de tránsito, y quiso rendirle un homenaje a su fiel animalito.
Para tal efecto, llamó a Radio Guatapurí para que anunciaran el deceso del burro y contrató a varias agrupaciones del vallenato, entre ellas Diomedes Díaz, Los Hermanos Zuleta, El Binomio de Oro, Jorge Oñate y Los Betos del Vallenato.
Cuando ya estaba todo preparado, fue donde el sacerdote local para solicitarle que quería contratar los servicios parroquiales y exequiales para darle cristiana sepultura al burro en el cementerio central.
El padre no estuvo de acuerdo, pues le manifestó que realizar una liturgia en la iglesia a un animal era un sacrilegio y que podía ser excomulgado por la Santa Sede.
Tiburcio, un poco ofendido, a la vez ofuscado y doblegado por el dolor, sacó de su mochila una gruesa suma de dinero con destino a la obra de Dios en la tierra. Al sacerdote no le quedó más remedio que dar su aprobación y fijar la hora para oficiar la misa y darle cristiana sepultura al burro.
El sacerdote, un poco apenado, realizó una llamada telefónica a la diócesis de Riohacha y le contó al señor Obispo lo sucedido. Antes de colgar la llamada, el obispo le manifestó al cura:
—Coméntele a Tiburcio que estoy a la orden para ir a El Pájaro a oficiar las novenas del burro.
Por: Pedro Norberto Castro Araújo.
El cuento de Pedro.












