OPINIÓN

Chiclayo y Chicago: León XIV, el papa que tendió un puente entre dos mundos opuestos

El 14 de mayo de 2025 se eligió al cardenal Robert Francis Prevost como el nuevo Papa de la Iglesia Católica. Bastaron dos días de cónclave para que la fumata blanca emergiera de la chimenea de la Capilla Sixtina, en una de las elecciones papales más breves de los últimos ciclos.

Chiclayo y Chicago: León XIV, el papa que tendió un puente entre dos mundos opuestos

Chiclayo y Chicago: León XIV, el papa que tendió un puente entre dos mundos opuestos

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El 14 de mayo de 2025 se eligió al cardenal Robert Francis Prevost como el nuevo Papa de la Iglesia Católica. Bastaron dos días de cónclave para que la fumata blanca emergiera de la chimenea de la Capilla Sixtina, en una de las elecciones papales más breves de los últimos ciclos. Roma entera contuvo el aliento. La Plaza de San Pedro se paralizó ante la señal inequívoca del humo blanco. Los peregrinos alzaron la vista, los celulares capturaban el instante y la Guardia Suiza se desplegó ceremonialmente frente a la Basílica, como centinela del momento que marcaría una nueva página en la historia de la Iglesia.

Poco después, tras el anuncio del cardenal protodiácono, y mientras los demás purpurados se asomaban discretamente por las ventanas contiguas, sonaron con fuerza las palabras latinas que desataron el júbilo de millones: “Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam”. Y entonces, emergiendo desde el balcón central, apareció el cardenal Prevost, quien eligió como nombre papal: León XIV.

Los primeros reportes dibujaron en la prensa con velocidad: “Papa de nacionalidad estadounidense”. Sin embargo, al dar su primer discurso como Sumo Pontífice, después de agradecer al papa emérito Francisco y reafirmar sus deseos de continuar en la senda de la paz y la fraternidad universal, con acento templado —aunque firme— saludó en español:

“Si me permiten también una palabra, un saludo a todos y de forma particular a mi querida diócesis de Chiclayo, en Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto para ser iglesia fiel.”

Ese sencillo gesto dejó un mensaje imborrable: el nuevo papa no es solo de Norteamérica; es también de Sudamérica y de una diócesis en una provincia del Perú. Su elección fue un mensaje de unión a los dos hemisferios, hoy divididos por fronteras invisibles y actitudes xenofóbicas.

No obstante, el anuncio que dejó más marcado lo que pretende ser su legado fue la elección de su nombre: León. Automáticamente, rememoré mis clases de Derecho Laboral en la Universidad Sergio en Santa Marta. En la primera sesión, el profesor Alberto López Fajardo se sorprendió al ver que nadie alzaba la mano al preguntar cuántos conocíamos la encíclica Rerum Novarum de León XIII.

Aquel silencio incómodo en el aula decía mucho más que el desconocimiento momentáneo de una encíclica papal. Era también una muestra de lo lejos que estábamos, incluso como estudiantes de derecho, de la tradición social de la Iglesia. La Rerum Novarum —publicada en 1891— fue el primer documento pontificio que abordó de manera directa la cuestión obrera, condenó los abusos del capitalismo salvaje, defendió el derecho a la propiedad privada, pero también a la organización sindical y al salario justo. Fue una proclamación temprana de que la dignidad humana no puede negociarse, ni siquiera —o sobre todo— en el mercado.

Al adoptar el nombre de León XIV, el nuevo Papa parece tender un puente con esa memoria social de la Iglesia que, aunque centenaria, sigue teniendo ecos urgentes en este siglo XXI. No es casual que lo haya hecho en un mundo agrietado por la desigualdad, por las migraciones forzadas, por el trabajo informal y por la deshumanización del empleo. En ese contexto, elegir llamarse “León” no es un gesto decorativo, sino un posicionamiento teológico, político y pastoral.

Si en su primer saludo mencionó a Chiclayo, en su primer acto simbólico insinuó, sin decirlo, que su pontificado caminará por la senda abierta por León XIII. El mensaje fue claro: este papado no comenzará desde la torre de marfil del dogma, sino desde el suelo que pisan los trabajadores, los migrantes, los pobres. Desde las periferias. Desde América Latina.

Porque entre Chiclayo y Chicago no solo hay distancia geográfica: hay una historia de desarraigo. Durante décadas, millones de latinoamericanos han emprendido un éxodo silencioso hacia el norte, cruzando desiertos, fronteras y muros, empujados por la desigualdad, la violencia y la falta de oportunidades. Es un éxodo que ha dejado vacías muchas plazas del sur y saturadas las periferias del norte. Que el Papa haga visibles ambos extremos —la ciudad que lo acogió y la diócesis que lo formó— es más que una cortesía: es un reconocimiento del dolor que une a ambos pueblos.

León XIV, al unir en un solo gesto a Chiclayo y Chicago, nos recuerda que la Iglesia no puede ignorar ese clamor migrante. Que la justicia social no es un tema del pasado, sino el corazón palpitante del Evangelio. Que, en un mundo levantado sobre muros, solo los puentes tienen sentido.

Por: Pablo Daniel Hernández Iguarán.

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