Llegar a Valledupar y no conocer la Casa museo del acordeón fundada por Beto Murgas es el descuido más grande que puede cometer una persona. Sabemos de sobra que cada vez que se menciona a la ciudad de los Santos Reyes de inmediato pensamos en el acordeón y, por consiguiente, en la música que se ejecuta con este fabuloso instrumento. Enseguida transitan por nuestra memoria los grandes maestros de este arte y los talentosos cantantes que han florecido a través de los años. Sin embargo, es poca la gente que tiene conocimientos sobre el origen y la evolución del acordeón, y casi todo el mundo sabe lo mismo: que es un instrumento de origen alemán que entró a Colombia por la alta Guajira a finales del siglo XIX. Un concepto bastante primario, que en la tradición oral ha pasado a convertirse en una especie de definición sacramental.
Nuestra gran sorpresa se genera cuando al estar en Valledupar, dejamos a un lado el descuido y visitamos la Casa museo del acordeón, centro que con un rigor inalterable ha venido organizando hace varios años el destacado compositor e historiador Alberto Murgas Peñaloza, llamado fraternalmente Beto en todo el mundo vallenato. Arrastrado por el interés y conocedor del museo por información de prensa, esta visita fue la primera que hice el pasado 30 de diciembre cuando me animé a viajar a Valledupar para cumplir con un compromiso amistoso que hacía tiempo tenía programado. Con mucha amabilidad fuimos recibidos por el museista, quien gentilmente nos acompañó durante casi una hora dándonos explicaciones detalladas sobre el origen, la evolución, el desarrollo, la fabricación, la llegada y otros detalles que ennoblecen a este mágico instrumento.
Apenas se comienza el recorrido, se percibe ipso facto el dominio, el celo y la dedicación que ha tenido el maestro Murgas para compenetrarse con la naturaleza y la intimidad del acordeón. Con una soltura académica asombrosa expone como ha ido evolucionando y transformándose este instrumento desde su remoto origen en Alemania a comienzos del siglo XIX. Asimismo, ilustra a los visitantes sobre el uso y manejo de la violina, la concertina, la gaita y otros instrumentos que han acompañado al hombre en el desarrollo de su talento musical. Y como una joya singular del museo, el maestro exhibe una violina que sólo alcanza los tres centímetros de largo y que por su pequeñez es imposible que pase inadvertida. Es una miniatura engastada en un material finísimo que tiene la propiedad de generar los siete sonidos básicos de la escala musical.
El orden, la limpieza y la pulcritud son las principales cualidades que se aprecian en todos las secciones del museo. En unas vitrinas perfectamente elaboradas con material y vidrios de seguridad reposan los diferentes modelos de acordeones, los cuales están ordenados de acuerdo con el desarrollo histórico, libres del polvo, de los contactos curiosos y ajenos a cualquier deterioro temporal. Y éstos, a través de los cristales resplandecientes, exhiben la perfección de su factura y se muestran más llamativos a la visión de los visitantes. Sin excepción, están aquí todos los modelos que se han fabricado, desde que el acordeón fue utilizado por los primeros juglares y dio origen al género musical que hoy orgullece al folclor colombiano. Un modelo llamativo es el acordeón elaborado por la fábrica alemana Hooner parar obsequiar y premiar al rey vallenato todos los años.
Y complementando el desfile de los acordeones, encontramos también en la Casa Museo, la evolución histórica de los diferentes tipos de cajas y guacharacas, los dos instrumentos que desde su origen han sido fieles al acordeón y lo han acompañado en la interpretación de los cuatro ritmos propios de la música vallenata: la puya, el merengue, el paseo y el son. Observamos como de las formas primitivas y artesanales, se ha pasado a unas muestras modernas y sofisticadas, que, lógicamente, producen resultados más armoniosos y más embellecedores en las canciones interpretadas. Esto se puede apreciar concretamente en la puya, el ritmo que en su desarrollo introduce el “solo de caja” y el “solo de guacharaca”, momentos que aprovechan los ejecutantes para mostrar sus habilidades y destrezas en el manejo de estos instrumentos.
También, encontramos en el museo betomurguista un inmenso repertorio de afiches y fotografías donde aparecen todos los grandes juglares -acordeonistas, compositores y cantantes-, que dejaron su impronta de oro en las brillantes páginas de la muy gloriosa música vallenata. Este es un mosaico de honor donde figuran los ya fallecidos Alejandro Durán, Emiliano Zuleta Baquero, Lorenzo Morales, Abel Antonio Villa, Luis Enrique Martínez, Nicolás Colacho Mendoza, Calixto Ochoa, Leandro Díaz y Juancho Rois, al lado de los artistas contemporáneos Alfredo Gutiérrez, Emilianito Zuleta, Miguel López, Beto Villa, Israel Romero, el Pangue Maestre, Ovidio Granados, Cocha Molina y muchos más que hoy, con un portento insuperable, han seguido la ruta mitológica iniciada por Francisco El Hombre en el folclor vallenato hace más de cien años.
Y, por supuesto, acompañando el abanico de los renombrados acordeonistas, también encontramos a los insignes compositores Tobías Enrique Pumarejo, Rafael Escalona, Armando Zabaleta, Carlos Huertas, Edilberto Daza, Gustavo Gutierrez, Pedro García, Santander Durán, Tomás Darío Gutierrez, Fernando Meneses, Rosendo Romero, Fredy Molina, Octavio Daza y todos aquellos letristas, cuyas plumas inmortales han enriquecido con bellísimas canciones la literatura musical y se han entronizado con mucho prestigio en la posteridad del folclor vallenato. También encontramos en la galería de retratos a otros personajes como Alfonso López Michelsen, Consuelo Araujonoguera, Daniel Samper Pizano, Gabriel García Márquez, Enrique Santos Calderón y Darío Pavajeau Molina, quienes fueron y han sido defensores a ultranza de la música vallenata.
Otra escena llamativa del museo la ilustran los cuadros y murales que embellecen el patio de la casa, y por su hermoso colorido le imprimen un ambiente acogedor y placentero al ambiente. Imágenes expresivas de Alfredo Gutierrez, Jorge Oñate, Poncho Zuleta, Diomedes Díaz, Rafael Orozco, Gustavo Gutiérrez, Miguel y Pablo López, Leandro Díaz y Rafael Orozco, en plena función del arte musical, se encuentran tan bien logradas y motivan tanto a los visitantes, que uno se lleva la impresión de estar asistiendo a las presentaciones en vivo de estos artistas. Y son curiosos también los trozos de los árboles bien pulidos y pintados, a manera de monedas, donde están grabadas algunas expresiones que lanzaron muchos de ellos en la ejecución de sus canciones, y que, como era de esperarse, pasaron a formar parte del folclor y de la tradición oral.
Un homenaje especial del museo y, desde luego, del maestro Beto Murgas es el espacio dedicado con mucha fraternidad al recordado cantante Diomedes Díaz, considerado por la crítica musical y por el sentimiento colombiano como el mejor vocalista vallenato de todos los tiempos. A leguas se nota el infinito aprecio y la gran admiración que sentía el museista por “El Cacique de la Junta”. Por esto, en un mueble especial se exhiben las carátulas de los 33 elepés o cedés, que Diomedes grabó desde 1977, cuando inició su carrera musical con Elberto “El Debe” López hasta finales del 2013 cuando la finalizó con su sobrino Alvarito. Se exhibe, además, como prenda especial, una de las tantas camisas que lució el artista en alguna de la muchísimas presentaciones que realizó a lo largo y ancho de Colombia, en Venezuela o en cualquiera de los países europeos.
Finalmente, la sinceridad me complace en alto grado para felicitar, aplaudir y destacar la misión que en beneficio del folclor vallenato viene desarrollando don Alberto Murgas Peñaloza. Valoro la dedicación, el cuidado y el esmero con que ha llevado y organizado el perfil de esta Casa Museo, que hoy es única en su género y un verdadero orgullo para la villa del santo Ecce Homo. Por esta razón, no perderé la oportunidad de visitarla otra vez, apenas tenga la oportunidad de viajar nuevamente a esa ciudad. Y, conociendo el inmenso valor que ella encierra, estoy plenamente convencido de que muy pronto esta casa refugio del acordeón entrará a formar parte del patrimonio histórico-cultural del país y el nombre de su fundador pasará a la historia como uno de los más grandes amantes, cultivadores y defensores del folclor vallenato.
Por Eddie José Daniels García*










