Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 20 abril, 2014

Vida crucis

Primera estación: Por querer ser escritor, eres condenado a Vida. Para escribir tienes que vivir. Pero no te confíes, la experiencia no basta. Hay mucho trabajo por hacer. Segunda estación: Cargas tu X.

Por Jarol Ferreira

Primera estación: Por querer ser escritor, eres condenado a Vida. Para escribir tienes que vivir. Pero no te confíes, la experiencia no basta. Hay mucho trabajo por hacer. Segunda estación: Cargas tu X.

 Una vez aceptas la guerra que implica izar las banderas de la literatura, emprendes una batalla que se libra a cada instante a todo nivel, no tienes más opción que pelear. Irónicamente tal vez tu gesto inspire posteriormente a alguien. Tercera estación: Caes.

Hasta un ciego es capaz de ver los obstáculos que implica emprender cualquier empeño, pero es la capacidad de vivir el absurdo lo que te hace entender que tu vida no tendría más sentido en otro contexto porque todo el mundo es la misma mierda. Cuarta estación: Muere tu mamá.  Algo que debes superar antes de que te consuma.

Ella nunca entendió tu causa pero hasta donde le fue posible te apoyó. Así son las mamás. Quinta estación: Te ayuda un mendigo. Luego de pedirte una moneda y tu dársela, te dice, como en los cuentos de Los Grimm, como dándote un mensaje enviado por quién sabe quién: “Cuando te posee la pensadera y empiezas a darle muchas vueltas al teclado significa que estás falto de oficio. Así que dale, siéntate y escribe. No más.” Sexta estación: Verónica te seca.

Ambos satisfechos, luego de una faena sexual, ella seca el exceso de sudor de tu cara con la funda de una almohada. La mancha impresa es imperceptible. Séptima estación: Vuelves a caer. Por andar buscándole sentido a las cosas otra vez andas deprimido y místico.

Significa que necesitas un break. Octava estación: Una mujer te ofrenda vino y cáñamo. Nada mejor para disipar pensamientos estúpidos. Nada mejor para sintonizarte en el aquí y ahora. Novena estación: La tercera es la vencida. ¿Qué hago escribiendo? ¿Para quién, para qué, por qué? Menos mal la experiencia te ayuda a lidiar con la retórica de los días. Menos mal pasa. Lo importante es no quedarte ahí ¿Qué haces escribiendo? Pues nada. ¿Para quién? Para nadie. ¿Para qué? Para nada ¿Por qué? Porque si. Décima estación: Te encueras. Nadie quiere leer textos basados en experiencias enlatadas, en pensamientos refritos.

Si no te vas a exhibir mejor ni lo intentes. Mejor dicho, o te encueras o te vas. Undécima estación: Te juzgan. A pesar de lucharla con toda el alma no falta quien pretende llevarte al pretorio. Duodécima estación: Te das látigo. Cuando no te sale nada bueno el peor enemigo eres tú. Decimo tercera estación: Le haces pistola al diablo. Luego de ver de frente el rostro de la codicia, el deseo de poder te seduce.

Pero sigues haciendo lo tuyo, aunque no te paguen. Decimo cuarta estación: Te matan. Cuando le das la espalda al dinero la sociedad pretende enterrarte. No eres nada. Decimo quinta estación: Reencarnas. Asumida la cotidianidad te conviertes en un ser nuevo, te desconectas; empiezas a ser alguien con cosas para decir, sino muy sabias al menos algo originales.

Columnista
20 abril, 2014

Vida crucis

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Primera estación: Por querer ser escritor, eres condenado a Vida. Para escribir tienes que vivir. Pero no te confíes, la experiencia no basta. Hay mucho trabajo por hacer. Segunda estación: Cargas tu X.


Por Jarol Ferreira

Primera estación: Por querer ser escritor, eres condenado a Vida. Para escribir tienes que vivir. Pero no te confíes, la experiencia no basta. Hay mucho trabajo por hacer. Segunda estación: Cargas tu X.

 Una vez aceptas la guerra que implica izar las banderas de la literatura, emprendes una batalla que se libra a cada instante a todo nivel, no tienes más opción que pelear. Irónicamente tal vez tu gesto inspire posteriormente a alguien. Tercera estación: Caes.

Hasta un ciego es capaz de ver los obstáculos que implica emprender cualquier empeño, pero es la capacidad de vivir el absurdo lo que te hace entender que tu vida no tendría más sentido en otro contexto porque todo el mundo es la misma mierda. Cuarta estación: Muere tu mamá.  Algo que debes superar antes de que te consuma.

Ella nunca entendió tu causa pero hasta donde le fue posible te apoyó. Así son las mamás. Quinta estación: Te ayuda un mendigo. Luego de pedirte una moneda y tu dársela, te dice, como en los cuentos de Los Grimm, como dándote un mensaje enviado por quién sabe quién: “Cuando te posee la pensadera y empiezas a darle muchas vueltas al teclado significa que estás falto de oficio. Así que dale, siéntate y escribe. No más.” Sexta estación: Verónica te seca.

Ambos satisfechos, luego de una faena sexual, ella seca el exceso de sudor de tu cara con la funda de una almohada. La mancha impresa es imperceptible. Séptima estación: Vuelves a caer. Por andar buscándole sentido a las cosas otra vez andas deprimido y místico.

Significa que necesitas un break. Octava estación: Una mujer te ofrenda vino y cáñamo. Nada mejor para disipar pensamientos estúpidos. Nada mejor para sintonizarte en el aquí y ahora. Novena estación: La tercera es la vencida. ¿Qué hago escribiendo? ¿Para quién, para qué, por qué? Menos mal la experiencia te ayuda a lidiar con la retórica de los días. Menos mal pasa. Lo importante es no quedarte ahí ¿Qué haces escribiendo? Pues nada. ¿Para quién? Para nadie. ¿Para qué? Para nada ¿Por qué? Porque si. Décima estación: Te encueras. Nadie quiere leer textos basados en experiencias enlatadas, en pensamientos refritos.

Si no te vas a exhibir mejor ni lo intentes. Mejor dicho, o te encueras o te vas. Undécima estación: Te juzgan. A pesar de lucharla con toda el alma no falta quien pretende llevarte al pretorio. Duodécima estación: Te das látigo. Cuando no te sale nada bueno el peor enemigo eres tú. Decimo tercera estación: Le haces pistola al diablo. Luego de ver de frente el rostro de la codicia, el deseo de poder te seduce.

Pero sigues haciendo lo tuyo, aunque no te paguen. Decimo cuarta estación: Te matan. Cuando le das la espalda al dinero la sociedad pretende enterrarte. No eres nada. Decimo quinta estación: Reencarnas. Asumida la cotidianidad te conviertes en un ser nuevo, te desconectas; empiezas a ser alguien con cosas para decir, sino muy sabias al menos algo originales.