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Columnista - 11 octubre, 2012

Un caso antropológico típico de supervivencia y poder.

Envidia para la prosperidad Por:  Miguel Ángel Castilla Camargo [email protected]   De todas las especies, el hombre es la peor. Nunca he sabido que una hormiga le tenga envidia a una vaca. Hasta ahora… No estamos para el cliché barato de: Es mejor despertarla que sentirla. Simplemente, es una pandemia casi que exclusiva del ser […]

Envidia para la prosperidad

Por:  Miguel Ángel Castilla Camargo
[email protected]

 
De todas las especies, el hombre es la peor. Nunca he sabido que una hormiga le tenga envidia a una vaca. Hasta ahora…

No estamos para el cliché barato de: Es mejor despertarla que sentirla. Simplemente, es una pandemia casi que exclusiva del ser humano; solo basta con tener una masa encefálica como soporte de una mata de pelos, y portar un gen perverso, para hacer parte de esa gran cofradía de envidiosos que cada día tiene más adeptos.

La envidia, la que no tiene capítulos buenos, es la parte negativa de la admiración; partiendo de esta premisa, se dice que el envidioso desea ser como la persona a quien supuestamente detesta, pero que es incapaz de admitirlo. Por ello, en un cargo, es normal que te odien y te pongan todo tipo de obstaculos hasta verte caer. Cuando sales avante, el envidioso busca otros métodos para tumbarte. En otras palabras, terminas en una funeraria.

Desenmascarar a un envidioso es muy fácil. Ellos te adulan como a un Rey, te besan como Judas y se despiden diciéndote: Dios te bendiga. O sea, usan las mismas palabras de una persona sincera. La diferencia radica en que su odio viene de una patología mezquina, donde es evidente la ausencia de un arrullo en la infancia, el alimento materno, unos padres ejemplares y un buen entorno. Eso sin contar las arbitrariedades, obscenidades y aberraciones que se cultivan a lo largo de la vida.

Pero más allá del cariño y los valores de la familia, está la impunidad reinante que permite bonanzas que producen daño cognitivo en quienes no disfrutan de esta especie de realización personal; a ello hay que adicionarle la aculturación del narcotráfico y la corrupción con todas sus variables, sin entrar en detalles de raza, credo, religión, género y en la falta de oportunidades, lastimosamente consagradas en la poca  funcionalidad de nuestra Carta Magna.

Su arma letal es la lengua, órgano que ha alcanzado sus mayores logros altruistas en el sexo, pero que carga con el estigma de sembrar cizaña y causar dolor. Al ser chismoso, por lógica es mentiroso y calumniador, lo que representa una verdadera bomba de tiempo social.

Son así porque la madre naturaleza en aras del equilibrio, debe soportar todo tipo de especímenes. Curiosamente, sin ellos los talleres estarían desocupados por la falta de carros nuevos rayados, los moteles no serían el gran negocio de la infidelidad, y algunos seudoperiodistas no jugarían a chantajear al prójimo.

Los envidiosos son como aquellas plagas que con los días se vuelven más inmunes. Tienen la ventaja de mimetizarse, de meterse en tu casa, en tus negocios y en tu familia; te llaman a toda hora, te hacen regalos y son especiales con tus hijos; son siniestros, y cínicos, lo que nos permite deducir que tratamos con un “amigo”, enfermo.

La paternidad institucionalizada, la politización de entes y el adoctrinamiento auto sistemático producto de la falta de conocimiento, podrían ser las razones de algún académico para encontrar las causas de la envidia; seguramente los médicos se meterían en las complejidades hereditarias, los sicólogos en la negación y el reconocimiento de la otra persona a la que me parezco, y los abogados declararían que es un simple caso de violación de los derechos fundamentales de un cliente.

Todo eso para un terrenal del común, no pasa de ser un acto de mala fe. Como quien dice, a los envidiosos, también hay que bendecirlos, pero bien lejos…

Moraleja: Entre más critico a mis congéneres, más me asemejo a ellos.

Columnista
11 octubre, 2012

Un caso antropológico típico de supervivencia y poder.

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Miguel Ángel Castilla Camargo

Envidia para la prosperidad Por:  Miguel Ángel Castilla Camargo [email protected]   De todas las especies, el hombre es la peor. Nunca he sabido que una hormiga le tenga envidia a una vaca. Hasta ahora… No estamos para el cliché barato de: Es mejor despertarla que sentirla. Simplemente, es una pandemia casi que exclusiva del ser […]


Envidia para la prosperidad

Por:  Miguel Ángel Castilla Camargo
[email protected]

 
De todas las especies, el hombre es la peor. Nunca he sabido que una hormiga le tenga envidia a una vaca. Hasta ahora…

No estamos para el cliché barato de: Es mejor despertarla que sentirla. Simplemente, es una pandemia casi que exclusiva del ser humano; solo basta con tener una masa encefálica como soporte de una mata de pelos, y portar un gen perverso, para hacer parte de esa gran cofradía de envidiosos que cada día tiene más adeptos.

La envidia, la que no tiene capítulos buenos, es la parte negativa de la admiración; partiendo de esta premisa, se dice que el envidioso desea ser como la persona a quien supuestamente detesta, pero que es incapaz de admitirlo. Por ello, en un cargo, es normal que te odien y te pongan todo tipo de obstaculos hasta verte caer. Cuando sales avante, el envidioso busca otros métodos para tumbarte. En otras palabras, terminas en una funeraria.

Desenmascarar a un envidioso es muy fácil. Ellos te adulan como a un Rey, te besan como Judas y se despiden diciéndote: Dios te bendiga. O sea, usan las mismas palabras de una persona sincera. La diferencia radica en que su odio viene de una patología mezquina, donde es evidente la ausencia de un arrullo en la infancia, el alimento materno, unos padres ejemplares y un buen entorno. Eso sin contar las arbitrariedades, obscenidades y aberraciones que se cultivan a lo largo de la vida.

Pero más allá del cariño y los valores de la familia, está la impunidad reinante que permite bonanzas que producen daño cognitivo en quienes no disfrutan de esta especie de realización personal; a ello hay que adicionarle la aculturación del narcotráfico y la corrupción con todas sus variables, sin entrar en detalles de raza, credo, religión, género y en la falta de oportunidades, lastimosamente consagradas en la poca  funcionalidad de nuestra Carta Magna.

Su arma letal es la lengua, órgano que ha alcanzado sus mayores logros altruistas en el sexo, pero que carga con el estigma de sembrar cizaña y causar dolor. Al ser chismoso, por lógica es mentiroso y calumniador, lo que representa una verdadera bomba de tiempo social.

Son así porque la madre naturaleza en aras del equilibrio, debe soportar todo tipo de especímenes. Curiosamente, sin ellos los talleres estarían desocupados por la falta de carros nuevos rayados, los moteles no serían el gran negocio de la infidelidad, y algunos seudoperiodistas no jugarían a chantajear al prójimo.

Los envidiosos son como aquellas plagas que con los días se vuelven más inmunes. Tienen la ventaja de mimetizarse, de meterse en tu casa, en tus negocios y en tu familia; te llaman a toda hora, te hacen regalos y son especiales con tus hijos; son siniestros, y cínicos, lo que nos permite deducir que tratamos con un “amigo”, enfermo.

La paternidad institucionalizada, la politización de entes y el adoctrinamiento auto sistemático producto de la falta de conocimiento, podrían ser las razones de algún académico para encontrar las causas de la envidia; seguramente los médicos se meterían en las complejidades hereditarias, los sicólogos en la negación y el reconocimiento de la otra persona a la que me parezco, y los abogados declararían que es un simple caso de violación de los derechos fundamentales de un cliente.

Todo eso para un terrenal del común, no pasa de ser un acto de mala fe. Como quien dice, a los envidiosos, también hay que bendecirlos, pero bien lejos…

Moraleja: Entre más critico a mis congéneres, más me asemejo a ellos.