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Columnista - 20 abril, 2014

“Resurrexit, sicut dixit, alleluia”

En repetidas ocasiones el Maestro lo había anunciado: sería crucificado y resucitaría al tercer día.

Por Marlon Dominguez

En repetidas ocasiones el Maestro lo había anunciado: sería crucificado y resucitaría al tercer día. Los discípulos no entendieron. Tal vez haya sido porque en el fondo esperaban que aquello no ocurriera, o tal vez porque Jesús lo dijo de una forma más misteriosa de como está escrito en los evangelios; lo cierto es que ni el grupo de los doce, ni las mujeres que lo seguían habían aceptado plena y conscientemente la idea de ver a su Mesías clavado en una cruz, aunque a ello le siguiera la promesa de la resurrección.

¡Tantos corazones habían sido ya conquistados! Las palabras de Jesús habían permeado duras conciencias y cambiado vidas, sus milagros habían convencido a los más incrédulos y por fin se vislumbraba en el horizonte la luz que anunciaba una vida más justa, más feliz, más acorde a las antiguas promesas de Dios, una vida en la que se obedeciera la voluntad del Rey Eterno que quiere nuestro bien, y no los caprichos egoístas de un mortal que no ve más allá de sus propias necesidades. ¿Muerte en cruz? ¡De ningún modo! Eso sería el fracaso.

Pero los planes de Dios casi nunca son comprendidos por el hombre, dominado como se encuentra por el deseo de lo inmediato, el miedo al sufrimiento y la búsqueda constante del éxito bajo la ley del mínimo esfuerzo. Las acciones de Jesús en la cena del jueves habían sido desconcertantes: cambiar el rito de la pascua judía, lavar los pies a los discípulos y un discurso que más parecía una despedida. Pero más desconcertante aún fue la traición de Judas, la aprehensión del Maestro en el huerto de los olivos, los juicios, los azotes, la corona de espinas, el camino al calvario y, suspendido entre el cielo y la tierra la figura irreconocible de quien decía ser el Hijo de Dios. ¡Tantas esperanzas y un trágico final!

Pero en la madrugada del domingo la Magdalena sería la primera testigo del resucitado. La escena está toda ella cargada de emociones: la piedra del sepulcro corrida, las vendas por el suelo, el dolor de no encontrar al ser amado, las lágrimas que opacan la visión, un personaje misterioso que indaga por la causa de aquel profuso llanto, la respuesta desconsolada de un corazón partido en dos, el sonido inconfundible de una voz que pronuncia “¡María!” como nadie más lo haría en el mundo y el abrazo fuerte que, de haber sido posible, habría fundido en uno a aquellos seres…

La secuencia que se canta hoy en todas las Misas resume admirablemente lo que acabamos de decir:
“Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la vida, triunfante se levanta”.

“¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?” “A mí Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venida Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua”.
¡Felices Pascuas de Resurrección!

Columnista
20 abril, 2014

“Resurrexit, sicut dixit, alleluia”

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

En repetidas ocasiones el Maestro lo había anunciado: sería crucificado y resucitaría al tercer día.


Por Marlon Dominguez

En repetidas ocasiones el Maestro lo había anunciado: sería crucificado y resucitaría al tercer día. Los discípulos no entendieron. Tal vez haya sido porque en el fondo esperaban que aquello no ocurriera, o tal vez porque Jesús lo dijo de una forma más misteriosa de como está escrito en los evangelios; lo cierto es que ni el grupo de los doce, ni las mujeres que lo seguían habían aceptado plena y conscientemente la idea de ver a su Mesías clavado en una cruz, aunque a ello le siguiera la promesa de la resurrección.

¡Tantos corazones habían sido ya conquistados! Las palabras de Jesús habían permeado duras conciencias y cambiado vidas, sus milagros habían convencido a los más incrédulos y por fin se vislumbraba en el horizonte la luz que anunciaba una vida más justa, más feliz, más acorde a las antiguas promesas de Dios, una vida en la que se obedeciera la voluntad del Rey Eterno que quiere nuestro bien, y no los caprichos egoístas de un mortal que no ve más allá de sus propias necesidades. ¿Muerte en cruz? ¡De ningún modo! Eso sería el fracaso.

Pero los planes de Dios casi nunca son comprendidos por el hombre, dominado como se encuentra por el deseo de lo inmediato, el miedo al sufrimiento y la búsqueda constante del éxito bajo la ley del mínimo esfuerzo. Las acciones de Jesús en la cena del jueves habían sido desconcertantes: cambiar el rito de la pascua judía, lavar los pies a los discípulos y un discurso que más parecía una despedida. Pero más desconcertante aún fue la traición de Judas, la aprehensión del Maestro en el huerto de los olivos, los juicios, los azotes, la corona de espinas, el camino al calvario y, suspendido entre el cielo y la tierra la figura irreconocible de quien decía ser el Hijo de Dios. ¡Tantas esperanzas y un trágico final!

Pero en la madrugada del domingo la Magdalena sería la primera testigo del resucitado. La escena está toda ella cargada de emociones: la piedra del sepulcro corrida, las vendas por el suelo, el dolor de no encontrar al ser amado, las lágrimas que opacan la visión, un personaje misterioso que indaga por la causa de aquel profuso llanto, la respuesta desconsolada de un corazón partido en dos, el sonido inconfundible de una voz que pronuncia “¡María!” como nadie más lo haría en el mundo y el abrazo fuerte que, de haber sido posible, habría fundido en uno a aquellos seres…

La secuencia que se canta hoy en todas las Misas resume admirablemente lo que acabamos de decir:
“Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la vida, triunfante se levanta”.

“¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?” “A mí Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venida Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua”.
¡Felices Pascuas de Resurrección!