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Columnista - 25 abril, 2014

Perdamos la compostura

“Déjenla, ¿por qué la molestan? Buena obra me ha hecho”. San Marcos 14:6 El verso del epígrafe se encuentra en el contexto de cuando Jesús fue ungido en Betania. Sentado a la mesa en casa de Simón el leproso, vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho valor; […]

“Déjenla, ¿por qué la molestan? Buena obra me ha hecho”. San Marcos 14:6

El verso del epígrafe se encuentra en el contexto de cuando Jesús fue ungido en Betania. Sentado a la mesa en casa de Simón el leproso, vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho valor; y quebrando el vaso de alabastro, se lo derramó sobre su cabeza. Esto produjo una reacción negativa en los presentes, no solamente por el desperdicio del perfume, sino que vendido por un precio justo, hubiera alcanzado para financiar alguna obra social. La perspectiva de Jesús era diferente, y sentenció: ¡Buena obra me ha hecho!

Si lo que nosotros llamamos amor, no nos lleva más allá de nosotros mismos, entonces no es realmente amor. Si tenemos la idea de que el amor debe ser siempre discreto, siempre sabio, siempre sensato y prudente, y que nunca pierde la compostura, hemos pasado por alto su verdadero significado. El amor debe ser sufrido, benigno, sin envidias, sin jactancias, que no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, sino que se goza de la verdad. El amor verdadero todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta y nunca, nunca deja de ser. El verdadero amor, se despeluca, se violenta, se alborota, es lanzado y firme, no se avergüenza ni se da por vencido.

¿Alguna vez nos hemos conmovido o emocionado tanto como para hacer algo por Dios? No porque sintiéramos que era nuestro deber hacerlo, o porque era útil o necesario, o porque ganábamos algo o sacábamos alguna ventaja en el asunto; sino simplemente porque amábamos a Dios.

Queridos amigos lectores, ¿acaso nos hemos dado cuenta que le podemos dar a Dios, cosas que son valiosas y apreciadas por él? Casi siempre, estamos ociosos, soñando despiertos sobre la grandeza de su redención, mientras descuidamos lo que podríamos estar realizando para él. Y no me refiero a obras que se puedan considerar como divinas o milagrosas, sino a actos humanos sencillos y corrientes que le indican a él nuestra entrega total.

La motivación para hoy, es que podamos producir en el corazón de Jesús, lo que hizo María de Betania. Y que de cara a lo nuestro, Jesús también pueda exclamar: ¡Buena obra me ha hecho!

Estar rendidos ante Dios es el mayor valor de nuestra vida. Si nos preocupamos más por lo circunstancial y pasajero, y nos atribulamos por la forma como caminamos, hablamos y miramos, entramos en contradicción con sus designios, porque en el amor no tiene cabida el temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Gocémonos y alegrémonos, siervos inútiles somos porque hemos hecho lo que se nos ha encomendado.

Pienso que hay ocasiones en las que pareciera que Dios está esperando que le demos pequeños regalos de nuestra entrega, para demostrarle cuán genuino es nuestro amor por él. Nunca será un asunto de cuánto puedo dar, ni de cuánto puedo servir, sino del valor que tengo para Dios por causa del amor. Cuando nos rindamos totalmente a Dios, él obrará en nosotros, con nosotros y sobre nosotros; pero sobre todo, podremos ver su sonrisa y le escucharemos decir: Buena obra me ha hecho. Ese será nuestro mayor gozo…

Abrazos y felices Pascuas.

Columnista
25 abril, 2014

Perdamos la compostura

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Déjenla, ¿por qué la molestan? Buena obra me ha hecho”. San Marcos 14:6 El verso del epígrafe se encuentra en el contexto de cuando Jesús fue ungido en Betania. Sentado a la mesa en casa de Simón el leproso, vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho valor; […]


“Déjenla, ¿por qué la molestan? Buena obra me ha hecho”. San Marcos 14:6

El verso del epígrafe se encuentra en el contexto de cuando Jesús fue ungido en Betania. Sentado a la mesa en casa de Simón el leproso, vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho valor; y quebrando el vaso de alabastro, se lo derramó sobre su cabeza. Esto produjo una reacción negativa en los presentes, no solamente por el desperdicio del perfume, sino que vendido por un precio justo, hubiera alcanzado para financiar alguna obra social. La perspectiva de Jesús era diferente, y sentenció: ¡Buena obra me ha hecho!

Si lo que nosotros llamamos amor, no nos lleva más allá de nosotros mismos, entonces no es realmente amor. Si tenemos la idea de que el amor debe ser siempre discreto, siempre sabio, siempre sensato y prudente, y que nunca pierde la compostura, hemos pasado por alto su verdadero significado. El amor debe ser sufrido, benigno, sin envidias, sin jactancias, que no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, sino que se goza de la verdad. El amor verdadero todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta y nunca, nunca deja de ser. El verdadero amor, se despeluca, se violenta, se alborota, es lanzado y firme, no se avergüenza ni se da por vencido.

¿Alguna vez nos hemos conmovido o emocionado tanto como para hacer algo por Dios? No porque sintiéramos que era nuestro deber hacerlo, o porque era útil o necesario, o porque ganábamos algo o sacábamos alguna ventaja en el asunto; sino simplemente porque amábamos a Dios.

Queridos amigos lectores, ¿acaso nos hemos dado cuenta que le podemos dar a Dios, cosas que son valiosas y apreciadas por él? Casi siempre, estamos ociosos, soñando despiertos sobre la grandeza de su redención, mientras descuidamos lo que podríamos estar realizando para él. Y no me refiero a obras que se puedan considerar como divinas o milagrosas, sino a actos humanos sencillos y corrientes que le indican a él nuestra entrega total.

La motivación para hoy, es que podamos producir en el corazón de Jesús, lo que hizo María de Betania. Y que de cara a lo nuestro, Jesús también pueda exclamar: ¡Buena obra me ha hecho!

Estar rendidos ante Dios es el mayor valor de nuestra vida. Si nos preocupamos más por lo circunstancial y pasajero, y nos atribulamos por la forma como caminamos, hablamos y miramos, entramos en contradicción con sus designios, porque en el amor no tiene cabida el temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Gocémonos y alegrémonos, siervos inútiles somos porque hemos hecho lo que se nos ha encomendado.

Pienso que hay ocasiones en las que pareciera que Dios está esperando que le demos pequeños regalos de nuestra entrega, para demostrarle cuán genuino es nuestro amor por él. Nunca será un asunto de cuánto puedo dar, ni de cuánto puedo servir, sino del valor que tengo para Dios por causa del amor. Cuando nos rindamos totalmente a Dios, él obrará en nosotros, con nosotros y sobre nosotros; pero sobre todo, podremos ver su sonrisa y le escucharemos decir: Buena obra me ha hecho. Ese será nuestro mayor gozo…

Abrazos y felices Pascuas.