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Columnista - 29 junio, 2013

Los domingos no perdonan

Intentando adolorido incorporarse, me señaló un libro que estaba sobre la mesa del comedor; visible desde la puerta de la habitación, amplia y sin cuadros ni figuritas sobre las paredes.

Por Jarol Ferreira Acosta

Intentando adolorido incorporarse, me señaló un libro que estaba sobre la mesa del comedor; visible desde la puerta de la habitación, amplia  y sin cuadros ni figuritas sobre las paredes. Su hijo mayor había estado hace poco en Nueva York  y de allá le había enviado el libro. Léete el primer párrafo- me dijo. El primer párrafo era sobre un enfermo terminal. Tal vez no sea el mejor regalo para un padre convaleciente- le dije. Seguro- me dijo, acomodándose hasta sentarse, usando unas almohadas como espaldar sobre la cabecera de la cama.

Me contó que había aprovechado el tiempo previo a la intervención quirúrgica a la que se sometió ojeando el libro, pero que después del quirófano ya no había querido leerlo más; la experiencia de la sala de recuperación post operatoria lo traumatizó. Sentir en carne real los sonidos de los monitores deteniéndose ante la disminución de la propia respiración, que debía exagerar para evitar bajar el umbral electrónico que accionaba ese angustiante sonido  de muerte, lo atormentó al punto de hacerlo preferir ver televisión antes que leer el libro.

Definitivamente se ha adelgazado- le dije, al verlo incorporarse y exhibir su figura elongada por el proceso- pero me parece que tiene buen semblante; es más, hasta rejuvenecido se ve sin esos quilos. Karma- me dijo- o lo que sea. A veces uno se mata la cabeza, pensando: "por qué a mi, por qué a mi. Por qué esto, por qué aquello". Esa es la estupidez más grande. Pues porque si! Porque la vida es decadencia. Por ejemplo: yo antes hacía de todo y ahora todo me da pereza. Dio unos pasos al rededor de la cama y se sentó en la esquina inferior, cerca al taburete tipo diván romano que hacia parte del juego de alcoba en donde yo estaba echado.

En este mueble uno debe sentarse de medio lado, con las piernas semi subidas y un racimo de uvas pendiendo de una mano ajena- le dije. En ese se sentó Nerón- me respondió, y nos reímos. Pero era una visita a un indispuesto y no una de nuestras extensas conversaciones  de lo que se trataba esta charla; no obstante, antes de despedirme y comentar que volvería al día siguiente, le dije que justo antes de venir a verlo estaba pensando en él como tema para mi próximo artículo de prensa, que no tenía sobre qué escribir y que los domingos no perdonan, así que lo iba a usar como rata blanca, como curí de laboratorio.

Columnista
29 junio, 2013

Los domingos no perdonan

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Intentando adolorido incorporarse, me señaló un libro que estaba sobre la mesa del comedor; visible desde la puerta de la habitación, amplia y sin cuadros ni figuritas sobre las paredes.


Por Jarol Ferreira Acosta

Intentando adolorido incorporarse, me señaló un libro que estaba sobre la mesa del comedor; visible desde la puerta de la habitación, amplia  y sin cuadros ni figuritas sobre las paredes. Su hijo mayor había estado hace poco en Nueva York  y de allá le había enviado el libro. Léete el primer párrafo- me dijo. El primer párrafo era sobre un enfermo terminal. Tal vez no sea el mejor regalo para un padre convaleciente- le dije. Seguro- me dijo, acomodándose hasta sentarse, usando unas almohadas como espaldar sobre la cabecera de la cama.

Me contó que había aprovechado el tiempo previo a la intervención quirúrgica a la que se sometió ojeando el libro, pero que después del quirófano ya no había querido leerlo más; la experiencia de la sala de recuperación post operatoria lo traumatizó. Sentir en carne real los sonidos de los monitores deteniéndose ante la disminución de la propia respiración, que debía exagerar para evitar bajar el umbral electrónico que accionaba ese angustiante sonido  de muerte, lo atormentó al punto de hacerlo preferir ver televisión antes que leer el libro.

Definitivamente se ha adelgazado- le dije, al verlo incorporarse y exhibir su figura elongada por el proceso- pero me parece que tiene buen semblante; es más, hasta rejuvenecido se ve sin esos quilos. Karma- me dijo- o lo que sea. A veces uno se mata la cabeza, pensando: "por qué a mi, por qué a mi. Por qué esto, por qué aquello". Esa es la estupidez más grande. Pues porque si! Porque la vida es decadencia. Por ejemplo: yo antes hacía de todo y ahora todo me da pereza. Dio unos pasos al rededor de la cama y se sentó en la esquina inferior, cerca al taburete tipo diván romano que hacia parte del juego de alcoba en donde yo estaba echado.

En este mueble uno debe sentarse de medio lado, con las piernas semi subidas y un racimo de uvas pendiendo de una mano ajena- le dije. En ese se sentó Nerón- me respondió, y nos reímos. Pero era una visita a un indispuesto y no una de nuestras extensas conversaciones  de lo que se trataba esta charla; no obstante, antes de despedirme y comentar que volvería al día siguiente, le dije que justo antes de venir a verlo estaba pensando en él como tema para mi próximo artículo de prensa, que no tenía sobre qué escribir y que los domingos no perdonan, así que lo iba a usar como rata blanca, como curí de laboratorio.