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Columnista - 26 enero, 2012

Cuando el acordeonista era el jefe

Luis Napoleón de Armas P. Referirse a este tema  pareciera ser una frivolidad, pero hace parte del imaginario colectivo vallenato, involucrado en el diario acontecer de la vida de sus ídolos musicales; debe ser así tratándose de nuestra insignia. En la era pre Jorge Oñate, el protagonista en los conjuntos vallenatos era el acordeonista y […]

Luis Napoleón de Armas P.
Referirse a este tema  pareciera ser una frivolidad, pero hace parte del imaginario colectivo vallenato, involucrado en el diario acontecer de la vida de sus ídolos musicales; debe ser así tratándose de nuestra insignia. En la era pre Jorge Oñate, el protagonista en los conjuntos vallenatos era el acordeonista y no tenía quien lo rondara. Esta modalidad de tener un cantante diferente al acordeonista la impusieron los Hermanos López, por una necesidad imperiosa, los López eran como la Pantera Rosa; sin embargo, ellos eran los representantes musicales. A partir de este experimento eficaz, se impuso el modelo. Solo Aníbal Velásquez y Alfredo Gutiérrez, para citar los más destacados, sobrevivieron a este sistema que les ha permitido mucha estabilidad en sus organizaciones. El caso de Ricky Rey y Bobby Cruz es una muestra de de lealtad y compañerismo: son casi 50 años juntos. También, en las orquestas de viento, el jefe era, por lo general, el dueño del elenco; en las sinfónicas y filarmónicas, pese a que todos son unos maestros, los laureles se los lleva el director aunque no exista una jerarquía administrativa. En la estructura actual de los conjuntos vallenatos, el cantante es el jerarca y el acordeonista un asalariado más al que cambian como una prenda de vestir; aquí no existen lealtades ni ningún acordeonista es necesario. Siempre, las separaciones están a la orden del día; a veces por incompatibilidades de cualquier orden, por recomendaciones de las disqueras o por la presión de la fanaticada que quiere a sus ídolos junto a cierto músico. Pero la de Silvestre con Juancho de la Espriella, ha tenido mucho eco, pues diez años juntos le habían brindado estabilidad a sus fanáticos que los querían unidos, aunque la gente poco se fija en los acordeonistas, que también deberían valorar. Muchos son magníficos en la ejecución del acordeón, pero su puesta en escena es fatal; en esta categoría podríamos clasificar a Juancho de la Espriella; su estilo es demasiado rígido, se concentra mucho, suda copiosamente, su cara, que apenas deja ver el acordeón, es un péndulo, y además, se pone bizco; no sonríe. Este estilo, en nada apoyaba el despliegue escénico de Silvestre. Juancho transmite angustia. De esta escuela es el “Cocha” Molina. En cambio, Sergio Luis Rodríguez goza su toque, tiene una expresión corporal descomplicada, fresca y alegre; toca mirando a su público y se integra con “Piter” en la transmisión de la alegría. SLR transmite tranquilidad. De esta escuela, entre otros, son Cristian Camilo y Saúl Laleman. Estos elementos, que son poco perceptibles, se acumulan a través del tiempo y terminan castigando al grupo. Algunos entendidos en la materia han dicho que la poca acogida del más reciente trabajo musical de Silvestre, es uno de los factores de la ruptura de la pareja musical. Pero, en estos casos, ¿quién tiene la culpa? ¿Por qué permanecieron amarrados tanto tiempo? De estas situaciones siempre quedan heridas, que a veces se subsanan con el rencuentro como lo logró Diomedes Díaz con Juancho Rois. Para un acordeonista, pasar de la fama y la gloria al frío pavimento del desempleo provisional, sin que este entienda las razones, es algo que debe preocuparle. Sobre todo en este caso en el cual Silvestre siempre ponderaba las calidades de Juancho. Bueno, la suerte está echada y solo el futuro dirá que fue lo que pasó, en realidad, entre estos dos grandes artistas del vallenato. Suerte para ambos.
Adenda. Este es un año bisiesto pero no por eso es fatalista como muchos creen. Se llama así porque tiene dos seises, bisexto, 366, por un ajuste que tuvieron que hacerle al calendario gregoriano.
[email protected]

Columnista
26 enero, 2012

Cuando el acordeonista era el jefe

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Napoleón de Armas P.

Luis Napoleón de Armas P. Referirse a este tema  pareciera ser una frivolidad, pero hace parte del imaginario colectivo vallenato, involucrado en el diario acontecer de la vida de sus ídolos musicales; debe ser así tratándose de nuestra insignia. En la era pre Jorge Oñate, el protagonista en los conjuntos vallenatos era el acordeonista y […]


Luis Napoleón de Armas P.
Referirse a este tema  pareciera ser una frivolidad, pero hace parte del imaginario colectivo vallenato, involucrado en el diario acontecer de la vida de sus ídolos musicales; debe ser así tratándose de nuestra insignia. En la era pre Jorge Oñate, el protagonista en los conjuntos vallenatos era el acordeonista y no tenía quien lo rondara. Esta modalidad de tener un cantante diferente al acordeonista la impusieron los Hermanos López, por una necesidad imperiosa, los López eran como la Pantera Rosa; sin embargo, ellos eran los representantes musicales. A partir de este experimento eficaz, se impuso el modelo. Solo Aníbal Velásquez y Alfredo Gutiérrez, para citar los más destacados, sobrevivieron a este sistema que les ha permitido mucha estabilidad en sus organizaciones. El caso de Ricky Rey y Bobby Cruz es una muestra de de lealtad y compañerismo: son casi 50 años juntos. También, en las orquestas de viento, el jefe era, por lo general, el dueño del elenco; en las sinfónicas y filarmónicas, pese a que todos son unos maestros, los laureles se los lleva el director aunque no exista una jerarquía administrativa. En la estructura actual de los conjuntos vallenatos, el cantante es el jerarca y el acordeonista un asalariado más al que cambian como una prenda de vestir; aquí no existen lealtades ni ningún acordeonista es necesario. Siempre, las separaciones están a la orden del día; a veces por incompatibilidades de cualquier orden, por recomendaciones de las disqueras o por la presión de la fanaticada que quiere a sus ídolos junto a cierto músico. Pero la de Silvestre con Juancho de la Espriella, ha tenido mucho eco, pues diez años juntos le habían brindado estabilidad a sus fanáticos que los querían unidos, aunque la gente poco se fija en los acordeonistas, que también deberían valorar. Muchos son magníficos en la ejecución del acordeón, pero su puesta en escena es fatal; en esta categoría podríamos clasificar a Juancho de la Espriella; su estilo es demasiado rígido, se concentra mucho, suda copiosamente, su cara, que apenas deja ver el acordeón, es un péndulo, y además, se pone bizco; no sonríe. Este estilo, en nada apoyaba el despliegue escénico de Silvestre. Juancho transmite angustia. De esta escuela es el “Cocha” Molina. En cambio, Sergio Luis Rodríguez goza su toque, tiene una expresión corporal descomplicada, fresca y alegre; toca mirando a su público y se integra con “Piter” en la transmisión de la alegría. SLR transmite tranquilidad. De esta escuela, entre otros, son Cristian Camilo y Saúl Laleman. Estos elementos, que son poco perceptibles, se acumulan a través del tiempo y terminan castigando al grupo. Algunos entendidos en la materia han dicho que la poca acogida del más reciente trabajo musical de Silvestre, es uno de los factores de la ruptura de la pareja musical. Pero, en estos casos, ¿quién tiene la culpa? ¿Por qué permanecieron amarrados tanto tiempo? De estas situaciones siempre quedan heridas, que a veces se subsanan con el rencuentro como lo logró Diomedes Díaz con Juancho Rois. Para un acordeonista, pasar de la fama y la gloria al frío pavimento del desempleo provisional, sin que este entienda las razones, es algo que debe preocuparle. Sobre todo en este caso en el cual Silvestre siempre ponderaba las calidades de Juancho. Bueno, la suerte está echada y solo el futuro dirá que fue lo que pasó, en realidad, entre estos dos grandes artistas del vallenato. Suerte para ambos.
Adenda. Este es un año bisiesto pero no por eso es fatalista como muchos creen. Se llama así porque tiene dos seises, bisexto, 366, por un ajuste que tuvieron que hacerle al calendario gregoriano.
[email protected]