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Columnista - 24 enero, 2013

Adoración y alabanza

La semana pasada compartí sobre la importancia de ser agradecidos y cómo ejercitarnos en dar gracias a Dios. Hoy, continuando con esa línea de pensamiento, quiero referirme a la importancia de la adoración.

Por Valerio Mejía

[email protected]    

 

“Bendice alma mía al Señor, y bendiga todo mi ser su santo nombre”. Salmos 103:1

 

La semana pasada compartí sobre la importancia de ser agradecidos y cómo ejercitarnos en dar gracias a Dios. Hoy, continuando con esa línea de pensamiento, quiero referirme a la importancia de la adoración.

 

Considero que una de las prioridades que debemos establecer para este nuevo año que comienza es la prioridad de la adoración. Esto significa que nuestra identidad como creyentes, es primero como adoradores. Significa que nuestro trabajo principal es ministrarle al Señor y que todo lo que hacemos en la relación con las personas, debe ser un desbordamiento y una consecuencia natural de ese ministerio primario y personal.

 

La adoración es una de las herramientas principales con las que Dios fortalece nuestras vidas en aquellos momentos en los que aparece el desánimo y la frustración. Cuando cae la niebla de la confusión y la depresión, nada mejor que alabar y bendecir con todo nuestro ser su santo nombre. La intensidad de nuestra adoración debe ser igual en proporción al tamaño de la nube de confusión que esté sobre nuestra cabeza. Así, nos enfocamos y concentramos en la grandeza de su poder y no en los problemas alrededor.

 

Alimentamos nuestras mentes con la verdad de la naturaleza de Dios, hasta que establezcamos un nuevo acuerdo con la realidad espiritual, alineando nuestros cuerpos, almas y espíritus con Dios y su Palabra, liberando así su naturaleza que fluye hasta nosotros en ese lugar privado de intimidad.

 

La carta a los Hebreos, sostiene que debemos ofrecer siempre a Dios, por medio de Cristo, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Estarán de acuerdo conmigo en que la alabanza debería costarnos algo. Y siendo honestos, cuando nos esforzamos para regocijarnos en Dios y ofrecerle nuestro tiempo, concentración y comodidad, más allá de las presiones y las circunstancias, hacemos del acto de alabar una experiencia costosa.

 

Además, un sacrificio de alabanza siempre requerirá de fe. Ciertamente, alabar requiere fe cuando es la última cosa que tenemos ganas de hacer o cuando parece que nada tiene sentido en nuestras circunstancias presentes. Adorar y alabar verdaderamente requiere que nos paremos firmes en la verdad de sus promesas. Requiere que reconozcamos que su bondad y fidelidad son más reales que nuestra dificultad presente. Sólo la alabanza que nos pone de acuerdo con la perspectiva de Dios en nuestra situación, tiene el poder de transformar la adversidad en victoria.

 

¿Recuerdan a la mujer con el frasco de alabastro de perfume de nardo puro de mucho precio que ungió a Jesús? Dos cosas importantes rescatamos: Su precio equivalía casi al salario de un año de una persona, tal vez el único bien financiero de esa mujer. Segundo, que para extraer el perfume había que romper el frasco, así que podía ser usado sólo en una ocasión. Este acto, aunque provocó una ofensa exagerada en los presentes, agradó a Jesús. Luego explicó, que ella tenía más comprensión de la identidad verdadera de él que cualquier otro de los presentes, pues le había ofrecido lo mejor de lo que tenía. ¡Esa era la clase de adoración que él merecía!

 

Amados amigos lectores, nuestras alabanzas erigen una plataforma en nuestras circunstancias, para que el Rey se siente en su trono y libere la realidad de su Reino a favor de nosotros. Los momentos de dificultad, nos dan la oportunidad de demostrarle amor sacrificial y fruto de labios que confiesen su nombre. ¡Adorémosle con regocijo!

 

Mi cordial invitación a tomarnos el tiempo cada día para mirar más allá de los problemas y las necesidades y ofrecerle a Dios una expresión de adoración y alabanza. Les prometo que descubriremos que aunque las bendiciones son asombrosas, ¡Él mismo será la mayor bendición de todas!

 

Recuerda: ¡Bendícelo con toda tu alma y no olvides ninguno de sus beneficios!

 

Saludos afectuosos y muchas bendiciones…

 

 

Columnista
24 enero, 2013

Adoración y alabanza

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

La semana pasada compartí sobre la importancia de ser agradecidos y cómo ejercitarnos en dar gracias a Dios. Hoy, continuando con esa línea de pensamiento, quiero referirme a la importancia de la adoración.


Por Valerio Mejía

[email protected]    

 

“Bendice alma mía al Señor, y bendiga todo mi ser su santo nombre”. Salmos 103:1

 

La semana pasada compartí sobre la importancia de ser agradecidos y cómo ejercitarnos en dar gracias a Dios. Hoy, continuando con esa línea de pensamiento, quiero referirme a la importancia de la adoración.

 

Considero que una de las prioridades que debemos establecer para este nuevo año que comienza es la prioridad de la adoración. Esto significa que nuestra identidad como creyentes, es primero como adoradores. Significa que nuestro trabajo principal es ministrarle al Señor y que todo lo que hacemos en la relación con las personas, debe ser un desbordamiento y una consecuencia natural de ese ministerio primario y personal.

 

La adoración es una de las herramientas principales con las que Dios fortalece nuestras vidas en aquellos momentos en los que aparece el desánimo y la frustración. Cuando cae la niebla de la confusión y la depresión, nada mejor que alabar y bendecir con todo nuestro ser su santo nombre. La intensidad de nuestra adoración debe ser igual en proporción al tamaño de la nube de confusión que esté sobre nuestra cabeza. Así, nos enfocamos y concentramos en la grandeza de su poder y no en los problemas alrededor.

 

Alimentamos nuestras mentes con la verdad de la naturaleza de Dios, hasta que establezcamos un nuevo acuerdo con la realidad espiritual, alineando nuestros cuerpos, almas y espíritus con Dios y su Palabra, liberando así su naturaleza que fluye hasta nosotros en ese lugar privado de intimidad.

 

La carta a los Hebreos, sostiene que debemos ofrecer siempre a Dios, por medio de Cristo, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Estarán de acuerdo conmigo en que la alabanza debería costarnos algo. Y siendo honestos, cuando nos esforzamos para regocijarnos en Dios y ofrecerle nuestro tiempo, concentración y comodidad, más allá de las presiones y las circunstancias, hacemos del acto de alabar una experiencia costosa.

 

Además, un sacrificio de alabanza siempre requerirá de fe. Ciertamente, alabar requiere fe cuando es la última cosa que tenemos ganas de hacer o cuando parece que nada tiene sentido en nuestras circunstancias presentes. Adorar y alabar verdaderamente requiere que nos paremos firmes en la verdad de sus promesas. Requiere que reconozcamos que su bondad y fidelidad son más reales que nuestra dificultad presente. Sólo la alabanza que nos pone de acuerdo con la perspectiva de Dios en nuestra situación, tiene el poder de transformar la adversidad en victoria.

 

¿Recuerdan a la mujer con el frasco de alabastro de perfume de nardo puro de mucho precio que ungió a Jesús? Dos cosas importantes rescatamos: Su precio equivalía casi al salario de un año de una persona, tal vez el único bien financiero de esa mujer. Segundo, que para extraer el perfume había que romper el frasco, así que podía ser usado sólo en una ocasión. Este acto, aunque provocó una ofensa exagerada en los presentes, agradó a Jesús. Luego explicó, que ella tenía más comprensión de la identidad verdadera de él que cualquier otro de los presentes, pues le había ofrecido lo mejor de lo que tenía. ¡Esa era la clase de adoración que él merecía!

 

Amados amigos lectores, nuestras alabanzas erigen una plataforma en nuestras circunstancias, para que el Rey se siente en su trono y libere la realidad de su Reino a favor de nosotros. Los momentos de dificultad, nos dan la oportunidad de demostrarle amor sacrificial y fruto de labios que confiesen su nombre. ¡Adorémosle con regocijo!

 

Mi cordial invitación a tomarnos el tiempo cada día para mirar más allá de los problemas y las necesidades y ofrecerle a Dios una expresión de adoración y alabanza. Les prometo que descubriremos que aunque las bendiciones son asombrosas, ¡Él mismo será la mayor bendición de todas!

 

Recuerda: ¡Bendícelo con toda tu alma y no olvides ninguno de sus beneficios!

 

Saludos afectuosos y muchas bendiciones…